Acabo de leer el último reportaje de la revista TIME sobre el multimillonario estadounidense: “El salvaje paseo de Donald Trump”. Una situación narrada en éste parece evidenciar lo que Donald piensa sobre la política; a ver si ustedes también lo ven así. En su avión privado, en el asiento a su lado, su equipo le deja unos documentos para revisión. Donald le confiesa al periodista que lo acompaña que le es imposible revisarlos después de los multitudinarios mítines que encabeza. “¿Cómo se pasa de hablar con miles de personas (…) a luego sentarse aquí en silencio a ver documentos?”, admite.

 

¿Lo notaron? ¿Sí? ¿No? Pues el tema aquí es que la política –la seria y equilibrada- es precisamente eso: saber que un minuto puedes estar hablando con cientos o miles de personas, pregonando a un ritmo hipnotizante, y al siguiente puedes estar leyendo un documento técnico de 34 páginas porque urge una decisión tuya al respecto.

 

Donald tomó a todos por sorpresa –con “todos” me refiero al planeta-. En junio del año pasado, cuando anunció su candidatura y declaró que solo criminales, violadores y drogadictos mexicanos vamos a su país, ningún analista político pensó que llegaría a este punto. Pero ya no hay tiempo para la sorpresa o las justificaciones, solo queda tiempo –muy poco- para frenar su candidatura.

 

Voces un poco más sensatas dentro del Partido Republicano ya se han percatado del peligro de un presidente Donald. Sus dos últimos candidatos presidenciales, John McCain –2008- y Mitt Romney –2012-, han pedido a la militancia rectificar: el primero, advirtiendo la falta de conocimiento del neoyorquino en temas de seguridad nacional (POLITICO, 2016), y el segundo, tachándolo de “fraude” y “farsante” (CNN, 2016). Desde el ala militar, Michael Hayden –exdirector de la CIA y la NSA- declaró públicamente que “si el presidente Trump gobernara de acuerdo con algunas cosas que ha dicho el candidato Trump, estaría muy incómodo. Estaría asustado” (El País, 2016).

 

Lo más preocupante de su ascenso político es lo que lo compone: los miedos de la clase trabajadora estadounidense. El miedo a la impureza racial e/o histórica –de ahí su discurso antiinmigrantes mexicanos-, el miedo al terrorismo –de ahí su radicalización post-San Bernardino para con los musulmanes-, el miedo a la falta de empleos –de ahí su postura frente a China-, y el miedo a que la hegemonía de Estados Unidos se debilite –todo lo anterior, por supuesto, bajo un manto de hartazgo social contra la clase política tradicional-.

 

La economía tampoco ayuda. En referencia a la manera en que ésta ha afectado mayormente a los trabajadores, el propio Barack Obama reconoce al miedo como la estrategia clave de Donald: “Creo que alguien como el señor Trump se está aprovechando de eso”, declaró el hoy presidente (The New York Times, 2015). La suma de todos los miedos –frase que titula el famoso thriller político del novelista Tom Clancy- es que la oficina más poderosa del mundo caiga en manos de un vulgar comerciante de éstos.

 

Traducido al español, el eslogan de Donald pide “hacer a Estados Unidos grande otra vez”. En política, dividir siempre será más fácil que sumar. La verdadera grandeza es conciliar la diversidad.