Menuda semana: boda, fiesta, diversión, juventud, declaraciones y guerra tuitera. “Pura pinshi pary”, dirían en las redes sociales.

 

Después, versiones encontradas, desmentidos, señalamientos, mecanismos de protección y blindajes al interior. Aquí y allá, entre dos tierras que divide el Atlántico, en todos lados se cuecen habas.

 

Muy de su edad. Cuando se gana tanto dinero, se es famoso y se trabaja en un medio un tanto benevolente como el futbol, estas cosas pasan. Tampoco se trata de exhibirlos en la plaza del pueblo, pero tampoco de esconder las cosas, sobre todo cuando existen antecedentes.

 

Carlos Vela es uno de esos jugadores que muy poco se dan en nuestro medio. Tiene un talento que rebasa, por mucho, el promedio del futbolista mexicano. Claro, nació con él, pero incuestionablemente tuvo la capacidad de desarrollarlo. Tampoco hablamos de un fuera de serie mundial, no, pero sí de un deportista con habilidades dignas de ser reconocidas y puestas en su justa dimensión.

 

Pasó por muchas etapas. Se convirtió en nómada europeo buscando un lugar que le acomodara. Y, finalmente, lo encontró en la bella tierra de San Sebastián. Batalló y triunfó, tan lo hizo que se volvió estrella en una Liga acostumbrada a otorgar piropos y reconocimientos en Madrid, Barcelona y una que otra vez Valencia o Sevilla. Robarle cámara a los gigantes de España no es fácil y Carlos logró hacerlo accediendo al grupo elite en el que, lamentablemente, su permanencia fue reducida.

 

Él mismo ha dicho no ser fanático del futbol. Que no ocupa su tiempo libre en ver partidos en la televisión o clavarse en la literatura futbolera, menos aún de los que hacen de la táctica una obsesión y se ponen a cuadricular la cancha o llenarla de rombos, un montón de cosas que dicen, sirven para desmenuzar y digerir ideas de planteamientos colectivos.

 

Concibe el futbol como un trabajo y nada más que eso, y se vale tener esa perspectiva siempre y cuando le otorgue el debido respeto, la seriedad y la entrega necesaria para estar a la altura de, olvidémonos de las expectativas generales (la suya y la mía), sino de quien le paga. Una pena que no le apasione algo que hace tan bien y por el que recibe una buena cantidad de dinero. Qué lástima. Si no fuera así, quizá se lo tomaría más en serio y estaría consciente de las grandísimas oportunidades que brinda el futbol para alguien tan talentoso.

 

La obra más reciente se acompaña de indisciplina, mentira, reconocimiento público de la misma y el castigo. Y, mientras tanto, Juan Carlos Osorio, como todos los entrenadores, buscando posturas serias que, si bien, no se acercan a las militares ni mucho menos, sí solicita la debida cuota de compromiso y responsabilidad que implica vestir la camiseta nacional, y aunque para muchos una cosa no tiene que ver con la otra, valdría la pena decir que el futbol no es como Las Vegas, que lo que pasa allá, allá se queda, todo va de la mano.

 

Igualmente la historia de Guillit Peña en Chivas, que tristemente no ha podido actuar como verdadero refuerzo al igual que casi todos los que ha contratado el equipo en los más recientes cinco años.

 

La semana estuvo acompañada también del…mmm… desatino (para decirlo elegantemente) de Tomás Boy, al establecer que el himno de Pumas era “fascista”, gesto que fue calificado como “ignorante” por el club universitario.

 

Sin ser tan grave y tomando en cuenta su extraordinario historial como entrenador y persona, a la semana de polémica se le suma el intercambio vía twitter entre Raúl Gutiérrez y algunos aficionados del Monterrey. Suceso anecdótico, ya que después llegó el sincero arrepentimiento con disculpa integrada.

 

¿Es de humanos equivocarse? Sí, pero también es de humanos asumir las consecuencias, digerirlas, estudiarlas y aprender las lecciones. Algo que tristemente, en algunos casos, no sucede.

 

Por cierto, semana de Clásico Nacional, del que tristemente poco se ha hablado.