A un Clásico se tendría que ir a ganar un título o dar un golpe definitivo en su consecución. Tratándose del partido que provoca mayores pasiones en un país y que eso, bajo contextos normales, habría de atribuirse a que enfrenta a los mejores equipos de una liga, entonces ahí tendría que dirimirse la gloria nacional.
No es nuevo, sin embargo, que en México los grandes lo son más en convocatoria y repercusión que en hegemonía. Dicho lo anterior cuando el América por fin ha logrado una importante regularidad –dos títulos recientes–, pero cuando el Guadalajara no puede estar más lejos de la cumbre.
En una dramática caída, el acongojado Rebaño pasó en las últimas décadas de ganar esporádicos trofeos a animar una que otra liguilla y ahora a ser casi ajeno a esa fase. Sí, en un futbol modélico en su distribución de títulos, en donde casi todos aspiran a conquistar una liga, el equipo más popular vive al margen de la repartición.
De forma tal que el Guadalajara va al Clásico de este domingo con dos de los objetivos que más pueden entristecer a una afición heredera de tamaño legado: el primero, sumar puntos para evitar el descenso (este año, rescatado por el naufragio de Dorados, pero al siguiente la bomba de relojería continuará amenazante con ese tic-tac de mediocridad); el segundo, salvar algo de tan triste temporada, hallar cierta motivación en tan árida estepa, probarse capaces, si no de ganar algo, al menos de ser un obstáculo para que el mayor rival lo gane.
Dicho lo anterior, ya pueden llenarse las gradas del estadio, romperse registros de audiencia, recibirse máximos patrocinios, acapararse el debate tanto en redes como en calle. Eso no cambia la sensación de que un Clásico irremediablemente se devalúa cuando alguno de sus contendientes se ha habituado a vivir a la baja.
Es lugar común en las opiniones vinculadas a Chivas, culpar de todo a Jorge Vergara. Esta vez en particular, eso me parece simplista. Si se consideran las opciones de refuerzos que podían mejorar al plantel rojiblanco (mexicanos que no quieran actuar en el extranjero y que sean negociables por su propietario), Carlos Peña era una de las mayores alternativas y así de caro costó.
Ya después, su rendimiento o presunta indisciplina, es tema distinto, como también lo es que Chivas, puesto a desmentir rumores o enterrar verdades, al menos habría de ponerse de acuerdo en su versión oficial. Culpar al entorno de afán de desestabilizar es obviar que desde el interior de la casa ha llegado desde hace un buen rato esa falta de estabilidad.
En sentido estricto, clásico es tanto lo que no pasa de moda como lo que retoma cánones de una época dorada. Este Clásico del futbol mexicano lucha por no caducar, al estar muy lejos de aquellos idealizados moldes de perfección, cuando ganarlo era dirimir una rivalidad nacional y dar el mayor de los pasos rumbo a un campeonato.
Como sea, las Chivas y su estoica afición, no pueden permitirse tan malos años; el América, en su suficiencia y gozo de ser odiado, tampoco: tanto necesitan a un Guadalajara fuerte unos como los otros.