BRASILIA. El rumor que comenzó a correr por los medios brasileños, fue confirmado la presidenta Dilma Rousseff, que durante su primer año en el poder no toleró ni una ligera sospecha de corrupción. El ex mandatario será a partir de ahora titular del influyente Ministerio de Presidencia, cartera desde donde puede controlar todos los resortes del poder, pese a que en su contra pesan serias sospechas de enriquecimiento ilícito, blanqueo de dinero y falsificación de documentos.
Su nombramiento fue justificado con la necesidad del gobierno de mejorar su articulación política con el Congreso en momentos en que Rousseff enfrenta la amenaza de un posible juicio político con miras a su destitución, que tramita en el Parlamento desde fines del año pasado.
Sin embargo, en el caso de Lula tendrá una consecuencia directa y será que el ex presidente pasará a tener foro privilegiado, con lo que las causas en su contra pasarán a la órbita de la Corte Suprema, que no tiene la misma agilidad que los tribunales inferiores.
Muchos analistas recordaron que en 2011, su primer año en el poder, Rousseff sorprendió al país al destituir en forma casi que sumaría a cada ministro salpicado por algo que oliera a corrupción.
Brasil se había acostumbrado a Lula, a quien siempre le había temblado el pulso a la hora de destituir a algún colaborador que fuera vinculado a esos asuntos y prefería sugerir una renuncia sólo cuando el agua les llegaba al cuello.
Rousseff, sin embargo, fue en ese sentido la cara opuesta de su carismático padrino y en sus primeros tiempos en la Presidencia ganó puntos ante la opinión pública gracias a su intolerancia con la corrupción.
El primer escándalo le estalló con sólo cinco meses en el poder, por denuncias de enriquecimiento ilícito que afectaron al ministro de la Presidencia, Antonio Palocci, quien era entonces su “mano derecha” y aun así fue destituido en cuestión de días.
Los brasileños comenzaron a hablar entonces de la “escoba” contra la corrupción que Rousseff parecía haber llevado a la Presidencia, pero esa imagen comenzó a desdibujarse hace dos años, cuando estalló el escándalo en la estatal Petrobras.
En tiempos de Lula, Rousseff había sido ministra de Minas y Energía, un cargo que le valió ocupar un puesto en la dirección de Petrobras, justamente en las épocas en que, según desvelaron las investigaciones, las corruptelas arreciaban.
Sin embargo, ayer la mandataria fue acusada directamente por el ex jefe del oficialismo en el Senado Delcidio Amaral de haber estado al tanto de las corruptelas en Petrobras y hasta de haber maniobrado para intentar liberar a algunos de los detenidos por ese asunto.
En los últimos días, cuando ya se habían filtrado, Rousseff negó de manera tajante esas acusaciones, se declaró indignada y recordó sus días en la prisión durante la dictadura, cuando fue torturada, al afirmar que “nunca” respetó “a los delatores”.