La mujer que resucitó el burlesque para llevarlo al siglo XXI, Dita Von Teese, tiene tanto de icono erótico como de calculadora empresaria. Y como tal, es plenamente consciente del terreno que pisa y dónde se dibuja el límite en cada momento
Estos días, Von Teese se presenta en París con el espectáculo “Dita’s crazy show” en el legendario cabaré Crazy Horse. Aquí, bien lo sabe, el público está acostumbrado a apreciar el cuerpo de la mujer sin tapujos.
“No hay ningún otro sitio en el que me quite tanta ropa como aquí. Este es el lugar más arriesgado para mi, pero me encanta”, dice la artista en una entrevista con medios internacionales, entre ellos Efe.
Allá por donde pasa, la estadounidense (Michigan, 1972) cultiva su discurso neofeminista, en el que reivindica a una mujer orgullosa de su anatomía y de sus imperfecciones, que sabe convivir con ellas y aceptarlas.
Desnudo con sofisticación
En esa idea de “striptease sofisticado”, con gran tradición en Estados Unidos, encuentra la diva “un nuevo tipo de movimiento feminista”.
“No se trata de haber nacido perfecto, sino de cómo decides por ti misma lo que quieres llevar, cómo haces tu propia vida más ‘glamurosa’… Se trata de cambiar la mentalidad de la gente sobre la desnudez”, reflexiona.
Y dentro de ese glamour, no hay lugar para los pantalones vaqueros, al menos no en el ropero de Dita Von Teese, confiesa.
El espectáculo del Crazy Horse, sin embargo, no se caracteriza por los cuerpos imperfectos y variopintos sino más bien por todo lo contrario: un grupo de bailarinas esculturales suben la temperatura de la sala al movimiento de unas piernas infinitas y una tecnología muy cuidada evita que la representación caiga en el kitsch.
Crazy Horse
Von Teese conoce las reglas, y las asume como parte del juego. No en vano, ella fue la primera estrella invitada del Crazy Horse, hace ahora diez años.
“Este es un lugar muy especial, con una estética muy específica, pero no es la verdadera estética del burlesque, que celebra diferentes formas y tallas, edades y ambientes. Aquí prima una mujer ideal pensada por su fundador”, señala.
Una de las innovaciones más llamativas en su show es la utilización de la técnica del “vídeo mapping” sobre el cuerpo de las artistas, es decir, proyecciones de imágenes que las “visten” cuando estas se hallan completamente desnudas.
Entre el público, parejas francesas de mediana edad en su gran mayoría, cada aparición de Von Teese es recibida con alborozo.
Símbolo de la noche
Pese a eso, admite que cuando recibió la invitación del Crazy Horse era reacia a regresar a este cabaré que Alain Bernardin fundó en 1951 y que se ha convertido en símbolo de la libertina noche parisina.
Von Teese se ve como “una chica rubia de Michigan” que muestra a otras mujeres que llevar pintalabios rojo, corsé, guantes o ropas que ensalzan lo que gusta y esconden lo que no, puede contribuir a cambiar cómo se sienten consigo mismas o la manera en que caminan.
“En mis shows, en los que puede haber hasta 2,000 personas, el 80 % suelen ser mujeres y el otro 20 % son acompañantes, muchas veces hombres gais… Hay que verlo antes de criticarlo”, se defiende.
Su imagen sempiterna de chica “pin up”, maquillada hasta el paroxismo, no se corresponde con la que luce a diario, asegura, pero tampoco se trata de un “alter ego” que se haya creado para la escena.
“Hago pilates, clases de ballet, crossfit… Un poco de todo, aunque no mucho, porque no quiero estar muy musculosa o delgada”, dice, antes de confesar que unos sorbos de champán antes del espectáculo le ayudan a afrontar mejor la faena, “aunque en el Crazy Horse no demasiados, porque hay muchas cosas en qué pensar”.