VIENA. Cuando Tom Wainwright llegó en 2010 a México como corresponsal del prestigioso semanario The Economist empezó a darse cuenta de que la lucha contra las drogas debería ser más responsabilidad de economistas que de generales.
Wainwright ha publicado recientemente “Narconomics”, un libro crítico con la actual “guerra contra las drogas” en el que analiza los carteles del narcotráfico como grandes empresas y del que saldrá una versión en español en otoño.
El libro ha salido a la venta cuando la ONU debate en Viena, hasta el 22 de marzo, la lucha antidrogas antes de una crucial sesión sobre la materia en la Asamblea General en abril.
La idea de escribir “Narconomics” nació cuando Wainwright contrastó el valor de un cargamento de 100 toneladas de marihuana: las autoridades mexicanas sostenían que era de 500 millones de dólares cuando en realidad su valor era de apenas 10 millones.
La primer cifra se calculó con el precio de la marihuana en EU.
“Vi que se trataba de una locura: imagina calcular el valor de un kilo de café en Colombia utilizando los precios de venta de Starbucks en Nueva York“, explica a Efe el autor.
“Así que empecé a preguntarme qué más se estaba haciendo mal cuando no se aplicaban los rudimentos económicos más básicos a la guerra contra las drogas”, agrega el periodista, que ahora trabaja para el semanario en Reino Unido.
Su libro ofrece una visión sorprendente, al analizar cómo los cárteles de la droga emplean innovadoras estrategias empresariales: Los Zetas, por ejemplo, recurren a un modelo similar a las franquicias para expandirse en México.
Al igual que en cualquier empresa, las organizaciones criminales lamentan la falta de mano de obra y el menudeo callejero de drogas también se resiente por la irrupción del comercio “online” y la venta de narcóticos en la conocida como “web profunda”.
Una de las tesis principales de Wainwright es que “la guerra contra la drogas” no funciona porque parte de una idea errónea: al reducir la oferta suben los precios y, por tanto, baja el consumo.
Desde 1998 “el número de consumidores de marihuana y cocaína ha crecido un 50 por ciento y el de opiáceos casi se han triplicado”, expone sobre el fracaso de esta estrategia.
“Hasta ahora, la guerra contra las drogas ha estado muy centrada en el lado de la oferta: la eliminación de arbustos de coca en los Andes, la lucha contra los carteles en México, arrestar traficantes de drogas en las calles de Washington, Londres o Madrid”, analiza.
Por un lado, explica, la demanda de drogas ilegales no responde tanto a los cambios de precios. Por el otro, pese a grandes subidas del precio en origen el impacto en el valor de la droga para el consumidor final es mínimo.
“Para hacer un kilo de cocaína, necesitas hojas de coca que en Colombia valen 500 dólares. En EU un kilo de cocaína vale 150.000 dólares. Así que incluso aunque dobles el precio de la coca, el valor de la cocaína sólo subiría hasta 150.500 dólares”, sostiene.
Wainwright señala que, según algunos estudios, “por cada millón de dólares que se gasta para hacer frente a la oferta en América del Sur, la cantidad de cocaína consumida en los EU cae en 10 kilos”.
“Pero por cada millón de dólares que EU gastó en educar a los niños a no tomar drogas el consumo se reduce en 20 kilos; y por cada millón de dólares que se gasta en el tratamiento de adictos, el consumo baja en 100 kilos”, señala.
El analista entiende la frustración existente en América Latina por los “desastrosos” resultados de la política “prohibicionista”, y considera que si se viera el problema como un mercado que contener y no como una batalla que luchar, se obtendrían mejores resultados.
“La mayor parte de los analistas sobre droga han sido expertos militares o criminalistas. Creo que sería mejor que unos pocos economistas viejos y aburridos se involucren”, afirma con ironía.
Para Wainwright, la mejor solución sería eliminar por completo la demanda de drogas, pero hasta que eso no suceda “la regulación y la prevención son la mejor respuesta”.
“No puedo imaginar que ninguna droga sea más segura si la vende la mafia que el Gobierno”, lo que además le quitaría ingresos al crimen organizado al llevar la oferta “al marco legal y regulado de la economía”.
El autor también se muestra muy crítico con la trivialización del consumo de drogas, sin reparar en el coste humano que hay detrás.
“La política menos mala es la legalización, pero hasta que eso suceda, quien compra cocaína está pagando los salarios de personas en América Latina que decapitan niños y secuestran y queman viva a gente”, relata, para recordar que “los carteles usan el asesinato y la tortura como parte de su modelo de negocio”.
“Es una incómoda certeza -no una posibilidad sino una certeza- que comprar un gramo de cocaína en Madrid contribuye a pagar que alguien sea torturado hasta la muerte al otro lado del Atlántico”, advierte.