Ya pasó y quizá nunca vuelva. Jugar para el equipo de tus amores se ha convertido en un asunto que tiene que ver con el dinero. Mientras más ceros en el cheque, más amor, aunque sea pasajero, casi casi, un amor de verano.
Así es el mercado futbolero de estos tiempos y hay que adaptarse. El jugador se va con el mejor postor dejando de lado amores y afectos. Y no es que esté mal, finalmente la del futbolista es una carrera corta que puede terminar cualquier fin de semana o en cualquier entrenamiento, además, todos en este mundo buscan siempre un lugar donde estén mejor, se les pague más y se valore su trabajo. Así que no hay materia de reproche mientras cumplan cabalmente con los compromisos establecidos, es decir, se comporten como profesionales que son.
Por eso, escuchar o ver una expresión de verdadero amor, conmueve y enriquece. Lo digo por el gesto de Carlos Adrián Morales, al terminar el juego en Ciudad Universitaria, donde su equipo perdió 4-2 ante Pumas. En plena entrevista para Televisa, rompió en llanto estableciendo que le dolía el momento por el que atravesaba Monarcas. Esto no se ve muy a menudo. Ver lágrimas en los futbolistas es, normalmente, producto de una derrota en un juego por el título o cuando, de plano, son rebasados por la felicidad.
La expresión es válida y legitima porque viene de un jugador que, a lo largo de su carrera, se ha destacado por su disciplina y calidad. Un futbolista subvalorado, diría yo, que quizá vivió mucho tiempo a la sombra del hermano, porque si bien es cierto que Ramón elevó su carrera a niveles de excelencia, cierto también es que Carlos ha mantenido un nivel envidiable desde el 13 de septiembre de 1998, fecha en que debutó con el cuadro michoacano.
Su carrera contempla cuatro campeonatos de Liga, uno de Copa y otro más de Súper Copa, además de seis subcampeonatos de Liga. Su participación en la Selección Mexicana no está extensa como su calidad lo hubiera demandado. Sus condiciones le han permitido jugar como mediocampista ofensivo y de recuperación; en defensa, casi cualquier posición le viene bien. Más de 50 goles establecen su extraordinaria pegada y vocación para sumarse al frente.
Un jugador rentable y profesional en toda la extensión de la palabra y el hecho de verlo llorar refrenda su compromiso con el equipo y su profesión. E insisto, son sólo las lágrimas que vienen respaldadas de una gran carrera deportiva. Un gesto que dignifica, diría yo.
Así, la jornada se la llevan Carlos, que va de salida, y otro que, si bien no precisamente va entrando, apenas da sus primeros pasos, se llama Javier López, le dicen La Chofis, y se robó el show en Monterrey.
Tiene apenas 21 años y recién consiguió sus primeros goles de Liga a pesar de haber debutado en febrero del 2013.
Hacerse de un lugar como delantero mexicano es considerado prácticamente un acto milagroso, pero cuando la calidad y mentalidad se combinan, hay buenos chances de sobresalir y verse en un espejo como el de Carlos Adrián Morales (disciplina, constancia, profesionalismo, seriedad y amor a la profesión), podría resultar un buen ejercicio para todos aquellos que apenas inician.