Más allá de los discursos y del ceremonial, tres aspectos simbolizaron la visita de Barack Obama a Cuba: la ausencia del mandatario cubano Raúl Castro en el aeropuerto José Martín para recibirlo, las calles solitarias de la ciudad que generalmente bulle de algarabía, en medio del sonido de la música tropical y del famoso pregón del “manicero” en el Viejo Casco de la capital isleña, y la detención del famoso disidente Elizardo Sánchez y las Damas de Blanco poco antes del arribo del jefe de la Casa Blanca.
Estos gestos mostraron la frialdad con que Castro acogió a Obama, el jefe de la potencia que hasta hace poco era la enemiga histórica de la Revolución.
Otro elemento que refleja esta actitud desdeñosa es también la presencia del presidente venezolano Nicolás Maduro dos días antes de la llegada de Obama a La Habana, aunque por cierto tampoco fue recibido en el aeropuerto por su homólogo cubano, sino por el vicepresidente Miguel Díaz-Canel, que suele siempre darle la bienvenida en todas sus visitas, a diferencia de Hugo Chávez, quien siempre era esperado bajando las escalerillas de su avión oficial por el propio Raúl Castro.
Pero lo que se consideraría “un desaire” hacia Obama –aunque en realidad el protocolo oficial cubano no establece la obligación del jefe de Estado en turno de recibir a un ilustre visitante extranjero- contrasta con la recepción de Raúl Castro en el aeropuerto al Papa Francisco, lo mismo que al jefe de la Iglesia Ortodoxa, el Patriarca Kiril, el 12 de marzo pasado.
En cambio, el 27 de enero del 2014 Castro no recibió al presidente de México Enrique Peña, que llegó en visita oficial a Cuba aprovechando que participaría en la Cumbre Iberoamericana, aunque en México nadie pegó el grito en el cielo.
Pero este aparente desdén de Raúl Castro hacia Obama le dio combustible suficiente al aspirante republicano Donald Trump, favorito para conquistar la candidatura presidencial, para lanzarse de nuevo al ataque contra el mandatario estadunidense. Trump dijo que debido a esta actitud de “falta de respeto” de Castro de no recibir a su homólogo “Obama debía haber vuelto al avión y marcharse”.
Lo cierto es que de Trump se puede esperar cualquier cosa y cualquier cosa que hubiera hecho Obama en su visita iba a convertirse en blanco del fuego granado de la oposición.
El propio Obama descartó que esa actitud haya sido “ofensiva” ya que nunca se contempló ni se discutió que Castro estaría en el aeropuerto y es bien sabido que en todo el mundo los mandatarios organizan ceremonias de bienvenida generalmente horas después o un día más tarde de la llegada de los jefes de Estado visitantes, excepto en casos excepcionales.
No obstante, el tema reviste una alta jiribilla política y se ha vuelto un verdadero símbolo de que no será fácil el deshielo en las relaciones entre Estados Unidos y Cuba.
Pero la negativa de entrevistarse con Obama de Fidel Castro, el “verdadero poder” en Cuba, según algunos expertos, que ha decidido colocarse en la trastienda para evitar cargar con el costo político y de imagen que representan los cambios actuales en la isla, es visto también como otro gesto de que la visita de Obama no fue del todo cordial como se esperaba.
Ya desde marzo se sabía que Fidel no se encontraría con Obama y lo anticipó la misma Casa Blanca y el propio asesor adjunto de Seguridad Nacional de Estados Unidos, Ben Rhodes. Es claro que Fidel Castro está pensando en su legado y no quiere pasar a la historia como una especie de “traidor” que le dio la mano a un representante “del imperialismo estadunidense” al que combatió con tanto ardor.
De hecho, nadie tendría que reprocharle su rechazo a hablar con Obama –y el temor a aparecer juntos en una foto que se publicaría en todos los periódicos y en los libros de historia del futuro- puesto que Fidel no ostenta ningún cargo formal en la isla y es sólo una especie de “líder moral”.
Sin duda, pesa mucho en la balanza de la visita y es uno más de los signos del desdén cubano hacia Washington.
Por todo esto, analistas políticos, como Andrés Oppenheimer, y la propia disidencia interna, incluido Elizardo Sánchez, presidente de la Comisión de Derechos humanos y Reconciliación Nacional, de 72 años, observan con gran pesimismo los resultados que tendrá la primera visita de un presidente estadunidense en casi un siglo y creen que no servirá para cambiar drásticamente la política dictatorial de Cuba.
Obama, en cambio, apuesta a promover una especie de “revolución de terciopelo” mediante cambios graduales que vayan generando las condiciones de democratización en la mayor de las Antillas.
En el fondo la polémica sobre por qué Raúl Castro no recibió a Obama en el aeropuerto y porqué Fidel se rehusó a hablar con él, entre otras cosas, aunque muestran que la visita no fue tan “redonda” como Washington hubiera querido, forman una especie de cortina de humo sobre temas de fondo como el embargo estadunidense en Cuba.
Habrá que esperar algún tiempo, sin embargo, antes de saber cuál será el impacto verdadero de esta visita con derecho legítimo a la historia.