BARCELONA. La historia del fútbol se tiene que detener en el momento en que aparece Johan Cruyff, un personaje determinante tanto cuando lideró al Ajax, a la selección holandesa y, especialmente, cuando entró en el Barcelona, como jugador y entrenador, para echar una mirada y observar que algo grande ha pasado desde que el holandés empezó en el balompié.
De largo historial de éxitos, aunque sin un Mundial del que presumir, a pesar de que nadie se lo ha echado en cara, Cruyff es sinónimo de legado, de haber recogido lo mejor de la escuela holandesa y de haberlo transformado para dar al fútbol gloria en el césped.
Si sus pulsos en el Ajax con los mandatarios de finales de los 80 no le hubiesen llevado a dar un portazo al club de Amsterdam y, quién sabe, si el Barcelona de aquella época no hubiese agonizado tras la pérdida de la Copa de Europa en Sevilla, quizá el legado hubiese sido el mismo, pero el Barcelona se habría quedado huérfano de uno los personajes más importantes de su historia.
Cruyff fue, simplemente, atrevimiento. Cruyff fue ir contra las normas e imponer su criterio en el campo. Creer que si su equipo tenía la pelota, el rival no la olería. Desafiaba al fútbol de fuerza con el control del balón, moverlo con inteligencia, con rapidez, buscando los apoyos, triangulando en todos los rincones del campo.
Johan Cruyff fue hijo de una de las mejores escuelas de fútbol del mundo, la neerlandesa, y lejos de quedar anclado en el fútbol que se imponía a finales de los 70 y principios de los 80 (alemán e inglés), cuando dejó de ser futbolista para convertirse en entrenador, echó mano de los viejos manuales del Ajax para dar con un estilo que, primero en el equipo holandés y después en el Barcelona, revolucionó el escenario.
Antes, el Milán italiano ya había dado unas grandes pinceladas de por dónde iba a ir el fútbol del futuro (contaba en sus finales con tres grandes holandeses como Ruud Gullit, Marco Van Basten y Frank Rijkkard). Pero fue con Cruyff cuando, desde el banquillo, el panorama cambió radicalmente, con equipos que llegaban a prescindir del delantero centro y que su principal actividad en los entrenamientos eran los conocidos como rondos. Cruyff hizo del fútbol una delicia al que, además, le acompañaron los títulos.
El control de balón, el sometimiento del rival a través del control casi en exclusiva de la pelota fueron sus patrones, a partir de los cuales los éxitos le acabaron por dar la razón.
A fuerza seducción logró que sus discípulos continuaron su línea y la idea de Cruyff ha perdurado en algunos equipos, especialmente en el Barcelona, hasta el presente, aunque también es verdad que con muchos matices, pues precisamente el actual equipo barcelonista es uno de los menos ‘cruyffistas’ de los últimos años.
A pesar de esta ida exitosa, el sello de Johan Cruyff ha sido en algunas ocasiones vulnerable, pero no por ello los equipos que lo han defendido han dejado de recibir el reconocimiento por lo atrevido de apostar por el balón y, en ocasiones, reducir las defensas en pos de poblar el centro del campo para asentarse con más jugadores en el campo contrario y en ataque por las bandas.
Cruyff ha dejado un gran legado deportivo y también intelectual, y algunas de sus frases han hecho historia, como cuando en su pulso con Josep Lluís Núñez le lanzó un dardo al reclamarle que el dinero tenía que estar en el campo y no en el banco, reclamándole más inversión y menos presumir de superávit.
Tampoco le importaba que sus equipos acabasen goleados, si el premio era marcar un gol más que ellos y ganar el partido. En el fútbol de Cruyff corría el balón, no los jugadores. Era casi un insulto que un futbolista condujese un balón sin soltarlo rápidamente para generar una acción o una duda.
Dudas también fueron las que su atropellado lenguaje causaban en las conferencia de prensa, como cuando soltó aquello de que le ponía “la gallina de piel”, o cuando hizo una traducción extraña y lanzó “un palomo no hace verano”.
El adiós de Cruyff ha dejado entristecida a mucha gente, que ha visto siempre en él aire fresco para el fútbol desde que apostó por el banquillo, al margen de sus batallas contra sus rivales.
En el Barcelona, donde más dejó su impronta y donde más discípulos han recogido el testigo de su legado, la tristeza es enorme por la pérdida de un personaje único, que no dejó nunca a nadie indiferente: tanto a los que le tildaban de pesetero o estaban alineados con Josep Lluís Núñez, como a los que siguen creyendo que sin él la historia del Barcelona habría que escribirla de otra forma.