La receta de la política mexicana dice que un gobierno nuevo tiene la mejor ventana de oportunidad para hacer cambios estructurales durante el inicio de la administración, justo durante esa luna de miel que a veces se da entre los electores y los que llegan al poder.

 

El gobierno de Enrique Peña Nieto pudo cumplir con esa receta a diferencia de los tres gobiernos previos, porque Ernesto Zedillo se estrenó con cambios urgentes en medio de la peor crisis contemporánea de México, Fox optó por enardecer más a sus opositores priistas con la amenaza incumplida de llevar al sartén a corruptos peces gordos y Calderón tuvo todo su sexenio la mosca en la oreja del candidato derrotado López Obrador.

 

Este gobierno eligió sus batallas legislativas, más por el terreno económico que de combate al cáncer de la corrupción, y logró lo que se propuso.

 

La reforma energética quedará para la historia como una de las más ambiciosas logradas en este país, salvo por un detalle. La fortaleza de sus cambios en materia de hidrocarburos, energía eléctrica, apertura y competencia internacional está sustentada en unos frágiles pies de barro fiscal.

 

La reforma fiscal que se negoció por aquellos meses se convirtió en moneda de cambio con la llamada izquierda para que al menos no entorpeciera la estrella energética que se negociaba.

 

Hay que decir dos cosas, la caída en los ingresos petroleros no es responsabilidad de la reforma energética y el mediocre paquetazo fiscal que se aprobó sí ha aumentado la recaudación por la vía de los impuestos.

 

En descarga de la ruta crítica que siguió este gobierno al inicio hay que decir que nadie en el mundo preveía una baja tan drástica en el precio del petróleo. Aunque en contra hay que decir que desde Pemex y la Secretaría de Hacienda tenían muy clara la curva de baja en la producción del petróleo mexicano.

 

Como para sellar el pacto anti reforma fiscal el resto del sexenio, el gobierno federal se amarró las manos con un Pacto de Certidumbre Tributaria, que tendía un apartado aplicable hoy para hacer cambios, pero que no es compatible con los cálculos políticos que hace el gobierno federal.

 

Es que lo dicho, en este país la ventana de cambios se abre sólo al inicio del gobierno cuando se puede responsabilizar a los que se fueron de la necesidad del cambio y cuando se agarran tiernitos a los diputados y senadores.

 

México está en los niveles más bajos de recaudación de América Latina, tal como lo reflejan los datos de la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económicos y la Comisión Económica para América Latina y el Caribe. Mejor que Guatemala, pero muy por debajo de Brasil.

 

De aquí a que llegue esa reforma pendiente veremos en el mejor de los casos un gasto público bajo y en el peor de los escenarios un aumento del déficit y del endeudamiento. Las dos opciones dejan consecuencias.

 

Gastar menos limita el crecimiento y endeudarse genera una factura ineludible.

 

Sin embargo, los tiempos de la política mexicana no dan para más. La factura que cobrarían los opositores sería desmedida, aun sabiendo la urgencia de una reforma fiscal. Y el partido gobernante no tiene aspecto de querer cometer un suicidio electoral.

 

La otra, claro, es que llegue una milagrosa recuperación de los precios del petróleo que otra vez nos regresen a los tiempos de administrar la abundancia.