No debería ser difícil entender que el primer paso para resolver un problema es reconocer que se tiene, sin importar cuan grave es. Sin embargo, un ejercicio recurrente es buscar afuera lo que fácilmente puede ser detectado adentro, es decir, buscar culpables en otros lados y fincar en terceros las responsabilidades propias.
Los medios interpretan el papel del villano favorito: impresos, electrónicos o radiofónicos, siempre hay uno al que señalar, sobre todo cuando el jugador se arrepiente de lo que dice o definitivamente se expresa mal diciendo una cosa, cuando pensaba otra.
El jugador debe ponerse a la altura de las exigencias que no necesariamente tienen que ver con lo que pasa en un terreno de juego. Lo mismo frente a un micrófono o ante sus aficionados, esos mismos que esperan análisis más sensatos y profundos. Respuestas más pensadas y frases que se alejen de los aburridísimos lugares comunes.
Establecer que la crisis del Atlas es responsabilidad de quienes transmiten sus juegos es poco más que ridículo. Dar a entender que los árbitros los “castigan” mediante señalamientos en su contra, como venganza a un estilo de expresión involucra dos cosas graves: primero, hay consigna directa; y dos, el equipo es tan débil que se torna más poderosa una voz, a través del micrófono, que el esfuerzo y la capacidad de once jugadores que recorren kilómetros en 90 minutos y que trabajan a lo largo de la semana.
No, el Atlas no paga las críticas de nadie, paga por sus propios errores, por su inoperancia, por su escaza idea futbolística, por el bajo nivel de los que, supuestamente, son señalados como figuras, por sus malos resultados. Más autocrítica y menos culpables.
Esa misma autocrítica que debería existir en todo el aficionado que se para en un estadio y cree que pagando un boleto es libre de hacer, decir y gritar lo que le venga en gana. Si fuera el caso, nada de malo tendría pararse a media obra de teatro y mentarle la madre a los actores, al supuesto amparo que concede la compra de un boleto para un espectáculo público.
Nos guste o no, estemos de acuerdo o no, decirle “puto” a una persona tiene significados lacerantes, sin importar que para nosotros los mexicanos pueda llevar otro tipo de interpretación. El “puto” quiere decir “puto”, no hay que darle la vuelta.
La cosa resulta sencilla: la FIFA (independientemente de los escándalos que la tienen con cero credibilidad) es la máxima autoridad en el futbol y si esa instancia está exigiendo que se elimine el grito, no debería existir debate alguno.
Si forma parte del folclor, si nos parece o no simpático, si resulta más un grito de guerra que un insulto, importa poco. Ningún argumento tiene peso cuando se trata de acatar, si, de respetar lo que el máximo juez del futbol está solicitando. No nos está pidiendo una explicación, nos está ordenando. Punto.
Y no se trata de entrar en rebeldía o ser sumisos, nada tiene que ver esto con el orgullo, tiene que ver con un gesto de educación, de respeto. El grito debe desaparecer estemos o no de acuerdo.