No, no es novedad y cualquiera cercano que se sorprenda, estará fingiendo demencia. No es novedad y tampoco lo es la escasa (por no decir nula) intención que ha mostrado la FIFA de corregirlo. No es novedad por mucho que una ONG del tamaño de Amnistía Internacional lo haya vuelto a sentenciar: que los trabajadores involucrados en la construcción de los estadios del Mundial 2022, lo hacen bajo condiciones laborales paupérrimas, rallantes con lo medieval, por demás inhumanas.
Fue tema en 2014, cuando una investigación del diario The Guardian, reveló que cada dos días fallecía un migrante nepalí en esas obras. Sepp Blatter quiso limpiarse las manos: “no somos quienes de hecho pueden cambiarlo (…) no es una intervención directa de la FIFA lo que podría cambiar las cosas”. Sin embargo, al percatarse de las críticas, modificó su discurso con una de esas frases que suenan bellísimas, pero quedan tan lejos de la práctica: “el futbol no puede ignorar la muerte de trabajadores”.
Pues bien: sí puede, sí ha podido y, por lo visto, el futbol sí tiende a seguir pudiendo ignorar esas muertes. Según Amnistía Internacional, la FIFA tenía que haber conocido la “sistemática explotación laboral” al asignar el Mundial a Qatar y no impuso medidas para resguardar a quienes erigirían esa infraestructura.
A la ONG le falto mencionar una posible razón por la que la FIFA no supo de esos peligros (o hizo como que no sabía, o supo y no le importó): que una vez concedida la sede, quienes debían de haber tomado esa decisión, quizá estaban ocupados contando billetes. De acuerdo al reporte publicado este jueves, la FIFA ha mostrado una “sorprendente indiferencia” ante esta situación.
Gianni Infantino ha pasado las primeras semanas de su mandato, abrazando a ex jugadores, sonriendo, recorriendo el planeta, hablando de una nueva FIFA, seduciendo a patrocinadores, prometiendo modificaciones (la de tecnología, me temo, ya era defendida por Blatter). No obstante, en el caso qatarí, su postura continúa lejísimos de lo esperable si es que se va a hablar de cambio.
Vale la pena recordar que Infantino fue brazo derecho de Michel Platini, precisamente quien más apoyó a la candidatura del emirato. Durante su campaña, que pretendió teñir de un discurso progresista, Gianni no se refirió a analizar la manera en que Qatar recibió el Mundial o cómo construye los estadios; sí, a la problemática de trasladarlo a noviembre, que finalmente es el tema que incumbe a los clubes europeos y no la salud de esos explotados nepalíes.
Amnistía Internacional ha criticado con severidad: “la FIFA ha fallado casi totalmente a la hora de detener que el Mundial sea construido sobre incumplimientos de los derechos humanos (…) El abuso contra empleados inmigrantes es una mancha en la conciencia del fútbol mundial”.
En Qatar impera el sistema laboral de la kafala, que da al empleador amplios poderes para someter, retener y explotar a su empleado. La historia del futbolista franco-argelino Zahir Belounis, fue sólo una ventana a la realidad: en 2011 denunció a su equipo qatarí por impago de salario, a lo que el club reaccionó negándole por dos años el derecho a volver a su país.
Gianni Infantino tiene enfrente el tren que marcará a su gestión: si se sube y actúa por los Derechos Humanos, devolverá cierta esperanza en la FIFA. Ojalá me equivoque, pero lo dudo. El tren se va y a su paso arrolla a quienes malviven para construir esas canchas de futbol.