Ser un mexicano mayor de edad es, de por sí, una tarea difícil. Pero la falta de autodeterminación, la ausencia de atenciones tempranas prioritarias, y sobre todo la pobreza, muestran que ser un niño o un adolescente mexicano es una condición más desafortunada, retadora y menos promisoria. Una increíble hazaña, diría el escritor Heriberto Yépez.
Hay pocas preguntas en la vida pública mexicana que deberíamos hacernos con una frecuencia neurótica. Una de ellas es, ¿cuál es la situación de nuestros niños y adolescentes? Para contestarla, el pasado 6 de abril, la representación en México del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia –UNICEF- presentó su informe de actividades 2015 . En el documento se concentran datos sobre lo que significa ser un menor en este país.
Veamos. De los 39.2 millones de niños, niñas y adolescentes mexicanos, 32.4 % tiene entre 0 y 5 años, el 33.7 % entre 6 y 11 años, y el 33.9 %, entre 12 y 17. Menos del 6 % de las niñas y niños son indígenas y el 26.4 % vive en zonas rurales. La maldita pobreza afecta a 21.4 millones, y entre éstos, 4.6 millones padecen pobreza extrema –es decir, privaciones severas que los ubican bajo la línea de bienestar-. Una nutrición decente –ese mínimo indispensable para realizar todo lo demás- es algo desconocido para el 20.9 % de los niños en las zonas rurales, y para el 11.1 % de los que habitan las urbanas.
En el tema educativo –igualador social y detonador de otros derechos-, más del 96 % de los mexicanos entre los 6 y los 14 años, asistió a una escuela durante el año pasado. Y dentro del mismo rango de edad pero entre los que habitan zonas rurales, casi el 12 % son analfabetos –de ese tamaño es la infame distancia entre unos mexicanos y otros: ni siquiera nos podríamos comunicar bien-.
Sobre la migración infantil –tema no siempre muy atendido-, 11, 667 de nuestras niñas, niños y adolescentes fueron repatriados desde los Estados Unidos en 2015; los regresaron, pues, al país que no les cumplió lo que les prometía. De estos casos, el 84 % buscaba un destino mejor en solitario, sin adultos. ¿Se imaginan darle una mochila a una niña de 12 años y pedirle que cruce medio país para buscar una vida un poco más feliz?
El embarazo adolescente ha truncado las aspiraciones de miles de jóvenes mexicanas –en muchos casos por desinformación-, concretamente, del 9.5 % de las que tienen entre 15 y 17 años. Asimismo, el informe revela que el 7.5 % “de las adolescentes que han abandonado la escuela, lo han hecho porque se han embarazado”.
Datos como estos no solo deben transformarse en información, también en compasión y acciones, porque el destino de estos niños y adolescentes está estrechamente ligado al de México. En el texto introductorio del documento, la representante del organismo en nuestro país, Isabel Crowley, sentencia: “En UNICEF sabemos (…) que cada vez que una generación de niños y niñas completa una etapa educativa más, aumenta el PIB entre un 3 y un 6 por cierto”.
Hace unos meses, los profesores Scott y Paul Slovic –universidad de Idaho y de Oregón, respectivamente- publicaron un artículo en The New York Times titulado “La aritmética de la compasión”. En éste cuentan como diversos estudios han demostrado que las personas tienden a perder solidaridad e interés para con una situación, cuando la información que se les presenta viene en cifras numerosas. Es decir, si a una persona le cuentas como una enfermedad afecta a un pequeño con nombre y apellido, es más probable que sienta empatía –y actúe- a que le digas que esa misma condición afecta a 2 millones de niños.
Si bien el informe de UNICEF México presenta datos a veces estratosféricos –mismos que un servidor replica aquí-, un país tan cínico como el nuestro no puede darse el lujo de, además, perderse en las grandes cifras de sus grandes problemas. Cada una de estas representa una vida a medias, una promesa rota y un mexicano dejado a su suerte. Crowley concluye aquél texto reflejando esta verdad: “No puede haber causa más justa ni noble. No puede haber emergencia mayor. No puede haber un tema más prioritario”.