La confianza es al futbol, lo que el ritmo a la música: sin ella, todo talento (por rebosante, por excedente, por vasto que sea), queda refutado.
Cual Hamlet que se mira en el espejo, cual Hamlet que debate su naturaleza, cual Hamlet que teme traicionarse, el Barcelona intenta hallar lo que no mucho tiempo atrás fue. Aquellos tiempos felices cuando todo rival era un mero actor de reparto y el balón se sometía sumiso a la voluntad de sus piernas. Aquellas noches de futbol en que se podía elegir con qué parte del cuerpo anotar e incluso elevar a arte de dos la rutina solitaria de un penalti. Aquellas decenas de partidos en que lo único seguro era la victoria en blaugrana y el aplauso de los neutrales.
Y, de pronto, la crisis: pocas cosas más peligrosas que un colectivo que ha dejado de creer, que una espiral de desconfianza pasándose de jugador en jugador, que esas pandemias en las que comienza por contagiarse la falta de seguridad, luego de autoestima y finalmente de fe…, sin esas tres, qué poco queda; sea en el futbol, sea en la vida.
El Barcelona llegó al tramo final de la temporada con absoluta certeza de dos títulos (Liga y Copa del Rey) y máximo favoritismo para el tercero (Champions). Restaban nueve partidos de liga y la distancia respecto a sus perseguidores era tal, que podía permitirse hasta cuatro tropezones, demasiado decir para un torneo de apariencia tan poco competitiva y en el que, en teoría, no hay obstáculo para los más grandes. Ni el más pesimista culé, ni el más optimista merengue (históricamente esas dos nociones han sido pleonasmo), habrían visualizado el actual escenario: que los cuatro tropezones llegarían en jornadas al hilo: un empate, tres derrotas y, como colofón, la eliminación de Champions League a manos del Atlético.
Así que los once puntos de distancia respecto al segundo sitio, se han esfumado doce puntos en disputa después. Esa liga sin atractivo en la que sólo nos interesaríamos por la lucha por no descender y en mantener las piernas a punto para la Champions, de repente arde como ninguna otra en el planeta. Lo único que doy por hecho es que si Atlético o Real ganan sus cinco partidos venideros, conquistarán la liga, porque ahora cuesta creer que este remedo del Barça lo logre.
El tridente que demolía, el tractor que arrasaba, el plantel que se auto disfrutaba, se diluyó en el peor de los momentos. El plan B del Barcelona siempre fue que si Messi se apagaba, Neymar emergería, o a falta de los dos, Suárez lo haría, o en plena desbandada Rakitic e Iniesta salvarían. Lo que no se calculó en ese plan B fue que la desconfianza (el peor de los icebergs para un colectivo) tomara empaquetado a ese colectivo y lo dejara sin puerto al cual amarrarse.
Hamlet se vislumbra y no se entiende. ¿Ser o no ser? Difícil debatirlo cuando la orquesta que presumía a los mejores violines, se ha quedado sin ritmo. Ese ritmo tan indispensable en la música, como lo es la confianza en el futbol.