La clase política española ha conseguido en mí lo que nunca pensé que ocurriría. Me aburren, me cansan. Es como el Ulises, de James Joyce, que no me quedó más remedio que leerlo en mi etapa de estudiante de prepa y que lo recuerdo como uno de los libros más plúmbeos que jamás he tenido que leer.
A los políticos les pasa lo mismo. Llevan desde el 20 de diciembre, fecha en la que se celebraban las elecciones, dando vueltas, y vueltas y más vueltas sobre el mismo eje. Parecen peonzas que no paran de decir los mismos discursos, culpándose unos a otros, haciéndose todos las víctimas de que en cuatro meses no hayamos conseguido tener un gobierno estable.
Pero, claro, los dirigentes de Podemos, del Partido Socialista Obrero Español, de Ciudadanos, del Partido Popular y del resto de las fuerzas políticas no se mueven un ápice a la hora de pactar un gobierno.
Las urnas dijeron que había ganado el Partido Popular. Sin embargo, con los 123 diputados que consiguió, éstos eran insuficientes como para poder conformar un Ejecutivo. La única posibilidad que cabía, y que aún cabe, es la negociación entre las principales fuerzas políticas. El problema es que todos quieren ser Presidentes del gobierno, y eso no es posible.
-Estoy harto. Les pagamos para que negocien. ¡Qué pesadilla! son frases recurrentes en reuniones, en casas de amigos, cansados ya de esta falta de entendimiento. El debate del hartazgo está en la calle.
Pero lo peor de todo es que, si para el 2 de mayo no tenemos gobierno, se disolverán el Congreso y el Senado y se convocarán de nuevo elecciones para el 26 de junio.
Pero ocurrirá algo más y será la importante abstención ante el cansancio generalizado de una sociedad española que ve que sus políticos sólo se miran el ombligo y no se ocupan de los ciudadanos.
Algo más que ya está ocurriendo es la mala imagen que España ofrece en el exterior. Con una España donde sus políticos no se ponen de acuerdo, los inversionistas extranjeros recelan de invertir y de depositar sus emolumentos en dicha nación. Es una tristeza ahora que el país comenzaba a salir de la recesión económica y empezaban a crecer las macrofinanzas.
El escenario político español no es halagüeño. Lo que se pide es un cambio político radical, una reinvención de la política desde su génesis. Y eso no sólo ocurre en España sino en todo el mundo occidental.
La política de siempre ha muerto. El paradigma será encontrar nuevas maneras de que los ciudadanos puedan ser felices a través de novedosos modos de hacer política.