Cinco puntos, solo cinco puntos nos separan de una de las historias más conmovedoras del deporte, esa clase de historias que revitalizan y nos hacen creer, aunque sea por un solo instante, que no es el dinero el factor más importante para el desarrollo del futbol; que no es el que manda, que los títulos no se compran, que cuando se combina talento, amor propio, tenacidad, esfuerzo común, sentido de compañerismo y unas ganas inconmensurables de ganar: todo es posible.

 

Es David luchando y venciendo a diversos Goliats; es el sapo en plena transformación en príncipe; una historia inspiradora que espera tener el gran final que muchos deseamos.

 

Leicester City está a tan solo cuatro partidos, y quizás menos, de coronar un sueño, de aleccionar a los grandes; de brillar ante la gigantesca oscuridad en la que viven Chelsea y Manchester United, equipos de los que podremos recordar muchos campeonatos, mismos que estarían dispuestos a intercambiar por una proeza como la que pretende un modesto equipo al que llaman The Foxes, y que su valor no rebasaba hace algunos meses los 30 millones de dólares, esos mismos 30 que son insuficientes para comprar un jugador de talla mediana que goce de cierto renombre. Esos treinta millones que se requieren para adquirir un tercio de Messi, Cristiano o la misma proporción del sobrevalorado Gareth Bale.

 

A estas alturas el posible doblete del Barcelona queda corto, igualmente el segundo aire adquirido por Real Madrid; lo de Atlético se valora diferente ya que a pesar de tener una nómina de consideración, sigue haciendo más de lo que podemos pronosticar año con año.

 

A estas alturas importa poco la llegada de Guardiola al City; los cien goles de Agüero en la Premier o la debacle de Van Gaal.

 

A estas alturas, lo único que debería importarnos es que las lágrimas derramadas por Claudio Ranieri, un entrenador de 64 años condenado al retiro después de su fracaso griego, cobren sentido, sentido de victoria, sentido de vida que nos hace recordar que para eso está hecho el deporte, para regalarnos milagros.

 

Un equipo diseñado para sobrevivir y que parece ser se convertirá en el último soldado en mantenerse de pie y por lo tanto en héroe, de esos que ya no hay.

 

Hoy, solo Tottenham podría echar todo a perder. Ese mismo Tottenham que está convertido en el enemigo público número uno.

 

Nada debe importarnos más que gane Leicester City y debería por una simple y sencilla razón: por amor al juego.