Su voz nasal, indomable y a ratos incomprensible acento scouser, da más intensidad todavía a lo que dice. Cabeza rapada, mejillas rosadas y un rictus que en un par de horas de convivencia, no veré relajado.
Camino con Stephen Kelly a un costado del estadio Anfield Road de Liverpool, justo hacia el punto donde se encuentra el memorial por los 96 aficionados fallecidos el 15 de abril de 1989 en Sheffield. Señala los empobrecidos bloques habitacionales que emergen a nuestro paso y me da una explicación que no he pedido, pero internamente sí me he planteado: “una zona muy desfavorecida, todo aquí se ha convertido en una mierda”, clama asomando con dolor hacia el monumento luctuoso que ya se vislumbra en la curva.
Apura el paso para limpiar con dos dedos el nombre de su hermano Michael, para quitarle el polvo. Suelta una serie de palabras ininteligibles. Tarda una eternidad en meterse las manos a las bolsas de los pantalones, respira hondo, y entonces me dice: “Necesito saber lo que sucedió. Tengo que saber por qué sucedió. Es sólo que… Mira, le prometí a mi madre y a mi hermana que lo investigaría. Hillsborough es un dolor en mi vida. Mi madre me dijo poco antes de morir, ´Steve, ¿Michael no era un hooligan verdad?´ Y le contesté que no, ¡claro que no era hooligan! Eso es lo que le dolía en su agonía, en eso tuvo que pensar al final. Y fueron ellos… Ellos decidieron culpar a los aficionados y limpiar a las autoridades”.
Caminamos de vuelta hacia la otra fachada de Anfield, donde la causa de “Justicia para los 96”, tiene instalada su oficina. Súbitamente, reanuda: “con que alguien hubiera venido hace veinte años a decirme, ´esto fue lo que pasó, fue nuestra culpa, no fue culpa de los muchachos´. Porque todos sabemos la verdad: sólo que lo admitan, sólo pido eso, que den un poco de paz a nuestra vida. Tengo 59 años y he buscado la verdad una tercera parte de mi vida, es mucho dolor, cuando viene el aniversario te vuelve a golpear, toma todo de ti”.
Un rato después, me encuentro con Kenny Derbyshire, quien sobrevivió a esa tragedia, pero ya por siempre con problemas para caminar e incluso para hablar con serenidad.
Fue cómodo culpar al alcohol, a la violencia en el futbol tan en boga en esos años ochenta. Pero la razón les fue concedida poco después, cuando a raíz de ese desastre en Sheffield, cambiaron para siempre los protocolos de seguridad y manejo de masas en un evento deportivo.
Faltaba el paso que ha llegado este martes: admitir lo que desde 1989 bien se sabía y no se decía: que fue culpa de las autoridades, que fue negligencia, que fue un homicidio múltiple, que mandaron al matadero a miles de personas.
Puedo imaginar a Stephen Kelly al fin tranquilo, en su casa ubicada casualmente en la célebre calle de Penny Lane, pensando en su madre: Stephen no le mintió, su hermano Michael no era un hooligan.
Veintisiete años después, al fin hay paz para los 96. Paz y dignidad.