Sociólogos, y pensadores, y arquitectos, y periodistas y artesanos; y también abogados, y políglotas, y taxistas, y amas de casa, y músicos, y escritores y filósofos… todos, todos seguimos intentando desentrañar el paradigma de cómo será la política del siglo XXI. Y somos nosotros y no ellos, los políticos, quienes estamos intentando rediseñar nuevos modelos que no tengan nada que ver con la vetusta y anacrónica política que hoy todavía nos gobierna.
Porque al final, el vaticinio se hizo realidad. Tras recibir a todos los líderes políticos, Felipe VI tuvo que decantarse por no apoyar a ningún candidato y convocar de nuevo elecciones.
El monarca tenía un as bajo la manga. Habría ofrecido a todos los líderes políticos un gobierno de consenso con ministros y altos cargos de todas las fuerzas y sensibilidades políticas.
Se trataba de no desgastar más al electorado, de no deteriorar más la imagen de España en el exterior y de que los mercados no se cebaran con la prima de riesgo española.
Pero no, no era posible. En el vocabulario de Mariano Rajoy, del Partido Popular; de Pedro Sánchez, del Partido Socialista; de Albert Rivera, de Ciudadanos; y de Pablo Iglesias, de Podemos, no cabía la generosidad, el consenso o el sacrificio. Todos querían ser Presidentes y sentarse en la silla del Palacio de la Moncloa. Unos como Rajoy despreciando al oponente. Otros como Sánchez desgastando al resto. Rivera, en una supuesta convivencia con unos y otros e Iglesias, de la izquierda radical, asaltando el cielo, como dijo en alguna ocasión, como si de un demiurgo romántico se tratara.
Pero todo sigue igual. Bueno, todo no. La bromita de la repetición de las elecciones le costará a los españoles 145 millones de dólares. Esto, en un país que continúa en una crisis económica profunda, donde siguen lamiéndose de sus heridas, resulta un dinero innecesario que se podría usar para otros rubros más perentorios.
Claro que todo esto podría haber quedado en aguas de borrajas si hubiera existido la dádiva suficiente como para pactar entre las principales fuerzas políticas y buscar un gobierno de consenso, incluso si las ideas no fueran análogas. Pero era más cómodo, más fácil, no moverse de la silla y apoltronarse en el estatus de poder.
Lo primero que deberían haber hecho es que dimitieran las actuales cúpulas de las dos fuerzas políticas principales: del Partido Popular y del Partido Socialista.
Deberían haber buscado candidatos nuevos, jóvenes, con sangre neófita que no huele a corrupción ni a vicios. Pero, ¿qué ocurre? Que uno se rodea de lo que uno es en esencia. Los Rajoys, los Sánchez no dejan de ser políticos mediocres con mediocres compañeros de viaje. En el momento en el que alguien despunta lo entierran en el más profundo de los hoyos. Hoy por hoy esto es impensable; y no sólo en España, también en muchos otros lugares.
Mientras las clases políticas ortodoxas, enquistadas y viciadas, continúen en el poder, sociólogos, y pensadores, y arquitectos, y periodistas y artesanos; y también abogados, y políglotas, y taxistas, y amas de casa, y músicos, y escritores y filósofos seguiremos buscando el paradigma de la nueva política, donde la equidad y la solidaridad prevalezcan por encima de los intereses personales y partidistas.