En un huida mal calculada a Guatemala, donde buscaba refugio de la persecución judicial y de las tensiones que asomaban en el cartel de Sinaola, Joaquín El Chapo Guzmán fue detenido, una captura que permitió ponerle rostro a uno de los narcotraficantes más poderosos del mundo.
“Lo relevante de la captura fue que se pudo atar una cara al nombre. Antes los anuncios del Gobierno mexicano para capturarle no tenían siquiera una foto”, relató en una entrevista con Efe la periodista y escritora Julie López.
El contraste entre el incipiente narcotraficante que arribó en Guatemala en 1993 y el todopoderoso líder que puso en jaque a las fuerzas de seguridad mexicanas con su mediática fuga en julio de 2015 es el eje del libro El Chapo Guzmán: la escala en Guatemala, que presenta López en el país centroamericano.
Porque El Chapo que llega a Guatemala es todavía un joven líder del cartel, al frente de una “estructura importante”, pero subyugado a otros mandamases como El Güero Palma: “Estaba creciendo, pero tenía un perfil bajo”,
“La venida no fue fortuita, venía huyendo de la persecución que se inició en México tras la balacera en el aeropuerto de Guadalajara en la que muere el Cardenal (Juan Jesús Posadas Ocampo, el 24 de mayo de 1993)”, señala López, quien repasó decenas de artículos de prensa y entrevistó a numerosos testigos para trazar la semblanza de aquella época.
En una operación policial repleta de “zonas grises” que involucró a las agencias de inteligencia de El Salvador, Guatemala y México, con el “Gran Hermano” estadunidense tras las cortinas, Joaquín El Chapo Guzmán fue detenido en Guatemala y trasladado a la frontera mexicana.
“Vino a refugiarse, pero calculó mal, pensó que iba a tener la protección que no le dieron”, subraya la autora.
Un 10 de junio de 1993, en México, El Chapo fue mostrado por primera vez a la prensa con su abrigo café y su gorra marrón claro mientras repetía lacónico “yo soy agricultor”.
A partir de ese día, El Chapo Guzmán dejó de ser esa caricatura por la que las autoridades mexicanas ofrecían una multimillonaria recompensa; a partir de ese día, El Chapo Guzmán fue un rostro más en la retahíla de señores del narcotráfico; un rostro al que se le puso cara en Guatemala, remarca López.
En el país centroamericano encontró Guzmán el lugar perfecto para refugiarse en el 93 y el entorno ideal para ampliar sus rutas del narcotráfico: En 2011 poseía ya un “monopolio” de la cosecha de amapola en San Marcos, en la frontera con Chiapas.
Su paso por la cárcel había contribuido a afianzar su poder dentro de cartel de Sinaloa: El Güero Palma, su alter ego, había sido eliminado y El Chapo pudo hacerse con el control de la organización desde prisión.
“La temporada que pasó en la cárcel contribuyó a que se levantara su figura porque mantuvo sus negocios”, arguye la autora.
Desde entonces, su rol como uno de los nuevos líderes del narcotráfico mundial se dispara hasta convertirse en un icono mediático con su fuga del penal de máxima seguridad de El Altiplano a través de un túnel de 1,5 kilómetros.
Al día siguiente de la fuga de El Chapo, el presidente de México, Enrique Peña Nieto, tachó lo sucedido como una “afrenta” para el país y anunció una “investigación a fondo para determinar si ha habido servidores públicos en complicidad o involucrados” en la huida.
La Agencia Antidrogas Estadounidense (DEA) ofreció una recompensa de cino millones de dólares por cualquier información que condujera a su captura.
A principios de enero, el narcotraficante fue detenido en Sinaloa, una de las cunas del tráfico de drogas en Norteamérica.
El Chapo había logrado notoriedad internacional con una primera fuga de prisión en 2001, cuando huyó de la cárcel de Puerto Grande, en Guadalajara, oculto en un carro de la lavandería.
En aquella ocasión permaneció más de una década en paradero desconocido para las autoridades, que le capturaron en febrero de 2014, también en Sinaloa.
“El Chapo no habría llegado a ser lo que fue si no hubiera tenido la complicidad importante de estructuras de corrupción en el gobierno mexicano y en otros de la región, incluido el guatemalteco”, reflexiona López.
Una connivencia que incluiría también al expresidente de Guatemala Otto Pérez Molina, actualmente en prisión preventiva por un caso de corrupción aduanera, y quien en 1993 era uno de los responsables de la inteligencia militar guatemalteca.
¿Qué papel jugó Pérez Molina en la detención de El Chapo? Esa es otra de las preguntas que traspasa las páginas de “La escala en Guatemala”.