Solo hay una persona entre Donald Trump y la oficina más poderosa del mundo: Hillary Clinton. Lo digo porque llegó la hora de que Bernie Sanders –el senador por Vermont que logró que millones volvieran a creer en la política-, asuma que el panorama no le favorece. Debe cerrar filas con Clinton y no esperar hasta que acaben las primarias a mediados de junio, o peor aún, hasta la Convención Demócrata a finales de julio. Esta elección ya no solo se trata de ganar. Se trata de evitar que este populista ponga en riesgo mucho de lo que Estados Unidos significa para México y el mundo.

 

Al estadista británico Winston Churchill se le atribuye, al parecer erróneamente –véase éste artículo de la revista Smithsonian: http://bit.ly/1z4Y0d7-, la frase “valor es lo que se necesita para levantarse y hablar; pero también es lo que se requiere para sentarse y escuchar”. En el contexto actual, el nativo de Brooklyn debe preguntarse cómo ayuda más a su país y a la democracia en general: permaneciendo en la carrera o haciéndose a un lado. Entre más tiempo esté en la contienda, más debilitará a Clinton. Sanders ha sido duro con ella, incluso algunos de sus ataques hacia la ex primera dama han sido suscritos o utilizados por Trump. Hoy, ese precio es demasiado alto.

 

Seamos claros: matemáticamente, Sanders ya no puede ganar la nominación vía obtención de delegados comprometidos. Clinton tiene 1,705 de éstos y 527 súperdelegados –714 delegados sin compromiso que pueden apoyar a cualquier candidato sin importar como votó su estado-. En suma, Clinton tiene 2,232 de los 2,383 necesarios para ganar la candidatura. Está a muy poco de llegar a la cifra. A Sanders, con 1,414 delegados comprometidos y solo 39 súperdelegados, se le acaba el tiempo y la contienda. Su única opción es robarle algunos súperdelegados a Clinton para forzar una Convención Demócrata abierta y ahí, intentar ganar la nominación –situación muy poco probable-.

 

Por un lado, Sanders tiene todo el derecho de seguir en la carrera si así lo cree prudente –Clinton hizo lo mismo en 2008 contra Obama-. Pero creo que se le acabaron los argumentos de peso. Debe suspender su campaña cuanto antes. A veces, la mejor forma de ayudar a tu país es hacerte a un lado, dejar que otros pasen. Para un político, entender y aceptar esto es muy difícil: significa sentarse y escuchar, no dirigir. Pero me atrevo a decir que es del interés de la democracia en todas partes que Clinton llegue lo menos debilitada posible a la elección contra el magnate. Sanders hace un mejor servicio a su país sumándose a Clinton –o no estorbándole-, que atacándola uno o dos meses más.

 

Hace un par de días leí una nota: Sanders no descarta ser el vicepresidente de Clinton –véase: http://cnn.it/1TNt7Sv-. Si bien no sería la cuota latina o afroamericana que muchos esperamos, se tendría en el mismo boleto a dos grandes aliados de las minorías. Además, Sanders se lo ha ganado. Le dio voz a millones de estadounidenses –en su mayoría jóvenes- que creen que el país más rico y poderoso puede y debe ser un lugar más justo. Asimismo, reafirmó la importancia de dos grandes temas para las democracias en todo el mundo: la terrible desigualdad de ingresos y riqueza, y la excesiva influencia del dinero privado en la política. Sin duda, éste escenario sería una salida decorosa y proporcional al gran ánimo social que Sanders despertó en la sociedad.