Los “templos de dos puertas”, como describe el poeta y ensayista mexicano Salvador Novo a las cantinas, son una tradición que aún subsiste en el país, a pesar del auge que han tenido los bares y los antros en las últimas fechas.
Las cantinas fueron “un centro de discusión política y cultural” donde se firmaron acuerdos y en las que escritores recibieron inspiración para escribir sus obras, señala el académico del Departamento de Historia de la Universidad Iberoamericana, Arturo García Dávalos.
Explica que la cantina mexicana surge tras la invasión estadunidense, cuando las tabernas-vinaterías españolas se convirtieron en algo más parecido al “saloon” de Estados Unidos o al “cantuccio” italiano, palabra que significa esquina, pues la mayoría de los bares se ubican en la intersección de dos calles.
Así, las cantinas en México se volvieron de forma democrática “templos sagrados de la masculinidad”, desde tiempos de Porfirio Díaz y hasta el sexenio del ex presidente José López Portillo, aunque su época de oro fue la postrevolucionaria.
La primera cantina establecida en México fue El Nivel, recuerda el historiador, aunque en la actualidad ya no existe; posteriormente le siguió El Gallo de Oro (1874), que aún se puede visitar en la esquina de Bolívar y Carranza, en el Centro Histórico de la Ciudad de México.
De aquella época subsisten frases como “ir a remojar las ideas” o “vámonos a chupar”, aunque ésta última se refería al tabaco, pues las cantinas estaban adaptadas con una gran barra para servir tragos, descansa pies y vasijas para escupir el tabaco chupado.
Además, se podría decir que cada bar tiene una personalidad propia dependiendo del lugar y de sus fieles parroquianos, como es el caso de La Ópera, en donde se podía ver sentado a Porfirio Díaz junto con el grupo de “Los Científicos”, entre ellos a José Yves Limantour, después de disfrutar una sesión de ópera en el Palacio de las Bellas Artes.
Durante “la visita de las siete casas”, del programa Historia Viva que promueve la Ibero, uno de los templos a visitar es la Cantina del Tío Pepe (1919), ubicada en la esquina de las calles Independencia y Dolores, en la entrada del Barrio Chino.
“México, con cierta timidez, le llama a la calle de Dolores su barrio chino. Un barrio de una sola calle y de casas viejas. Pero sin el color, las luces y banderolas, las linternas y el ambiente que se ve en otros barrios chinos”, escribió Rafael Bernal en su novela “El Complot Mongol”, la cual se ambienta en esta cantina.
En este lugar también se podía encontrar al ruso Serguéi Eisenstein, uno de los máximos exponentes en toda la historia del cine, bebiendo completamente solo durante los rodajes de “!Que Viva México!”, un proyecto inconcluso que realizó en el país.
Por el contrario, el bar La Ópera tiene un aspecto más refinado, en donde Francisco Villa, en un arrebato, tiró un balazo en una de las esquinas, el cual aún se puede apreciar.
En ese bar también es conocida la foto denominada “La Mafia de la Ópera”, donde Carlos Monsiváis, José Luis Cuevas, Carlos Fuentes y Fernando Benítez están bebiendo en ese recinto.
En la cantina El Gallo de Oro, en la calle de Bolívar y Venustiano Carranza, era común ver a poetas de la generación romántica, tales como Salvador Díaz Mirón, Manuel Acuña y Juan Ignacio Paulino Ramírez Calzada, mejor conocido como “El Nigromante”.
Años después este sitio se convertiría en el recinto favorito del periodista Jacobo Zabludovsky, e incluso en el “confesionario” del asesino serial conocido como “el Estrangulador de Tacuba”, Gregorio “Goyo” Cárdenas, se describe que éste le confesó todos sus crímenes al cantinero.
La Vaquita, establecida en 1925, fue la cuna del partido comunista mexicano, en donde también militó el pintor Diego Rivera, y en el que trabajó un mesero que al no tener dinero dormía en la barra del lugar, pero que años después saltó a la fama bajo el nombre de “Cantinflas”.
“Las cantinas siguen siendo una tradición muy viva en el país y se niegan a morir”, afirma García Dávalos, al agregar que tal es el caso de establecimientos de reciente creación, como La Bota, el cual se erige como un lugar de reunión para artistas y escritores.
“Uno canta siempre la misma canción, otra noche en el bar de la esquina, cerca de la estación donde duerme un vagón, cuando el tiempo amenaza rutina”, llegó a escribir Joaquín Sabina en este lugar, que se ubica en el callejón de Regina.