Este fin de semana cerraron la calle por razones divinas. Algunos despistados creyeron que el Papa Francisco había vuelto, pero yo, que estoy muy propensa a caer en sectas y amo ver a la gente bailar en túnica, identifiqué al instante que el causante de los cortes de circulación era el mismísimo Bhaktivedanta Swami Prabhupada, fundador del movimiento para la Conciencia del Krishna.

 

Bueno, en realidad no era él –murió hace 40 años, igual que Elvis– sino su figura de cera, pero… ¡qué importa! todos en la calle brincaban y bailaban felices: “Hare Krishna, hare Krishna, Krishna Krishna, hare hare…” Por supuesto me sumé al festejo, porque soy una periodista vivencial y, sobre todo, porque es el único día que puedo usar ropa de la India sin que me confundan con Angélica Aragón.

 

Uno de los organizadores anunció que pronto arribarían “las más altas autoridades”, así que escogí el mejor sitio para ver entrar al Presidente con la Primera Dama –vestidos como el Dalai Lama– y llevarme el próximo Premio Nacional de Periodismo con una gran nota titulada: “EPN canta el hare, hare”.

 

Me quedé con las ganas: la más alta autoridad fue el delegado de Cuauhtémoc, Ricardo Monreal. Según mis investigaciones, EPN estaba en un bautizo en Ixtapan de la Sal. Por favor no me pregunten quién era la criatura del ropón.

 

De cualquier manera, con la desilusión a cuestas me mezclé entre la multitud como una iluminada más. Aparte no crean que soy una novata en eventos espirituales, ¡qué va! Es mi segundo año en el festival Ratha-Yatra. Eso sí, aunque canté y bailé como discípula de don Bhaktivedanta , no me postré ante Khrisna, porque siento que entre las deidades también hay celos y no quiero conflictos con Dios y la Virgen de Guadalupe, que tan estupendamente me tratan.

 

Había desde comida hindú hasta barbacoa vegana, inciensos, un hombre que cantaba en lenguas extrañas, mexicanas en saris con tercer ojo (¡eso, integrémonos!), monjes rapados y actividades preciosas como la ceremonia de fuego, lectura de poemas de la India antigua, clases de Yoga con Pranesvari –sea lo que sea que eso signifique– y cursos para “emplear el poder del mantra para elevarte y elevar al mundo”. Ah, caray.

 

Los asistentes estaban relajadísimos, te saludaban con un “hare krishna” y entonces tú contestabas igual: así de fácil (aunque mi hijo sospechó que el éxtasis grupal era provocado por ácidos). Sinceramente, siempre me ha gustado lo de “hare rama hare rama, rama rama, hare hare” y calculo que logré una paz psicológica que durará casi tres días. Es que siempre me distraigo buscando el Nirvana.

 

La Asociación Internacional para la Conciencia de Krishna es considerada una secta destructiva en algunos países y se ha visto envuelta en distintos escándalos de corrupción, abuso sexual y narcotráfico. Llámenme optimista o, si quieren, sugestionada, pero ya escalé un peldaño más en la escalera del karma. Mandaré una carta a la oficina presidencial para sugerirles que asistan el próximo año. A veces los Dioses ajenos te ayudan…