Que el reino de Marruecos está sacando todas las canonjías posibles para mantener a raya al terrorismo del Estado Islámico resulta casi una obviedad.
La Unión Europea le ofrece recompensas económicas, empréstitos que no tiene que devolver a condición de vigilar la seguridad de todos. Además, los problemas entre España y Marruecos por los famosos caladeros de peces han desaparecido. El Gobierno de España mira hacia otro lado y deja faenar a los pescadores marroquíes estén en aguas españolas, internacionales o marroquíes; no hace distingos.
Pero impedir el terrorismo cuesta, y si para eso hay que hacer la vista gorda, España y Europa lo harán tantas veces como sea necesario.
Pero existe un motivo todavía más poderoso. Y es que el yihadismo más recalcitrante –Al-Qaeda del Magreb islámico, una de las facciones del Estado Islámico– se encuentra dentro de territorio marroquí. Los primeros que quieren tenerlos a raya son las propias fuerzas de seguridad del reino alauita. No en vano los servicios de Inteligencia marroquíes están considerados de primer nivel en la lucha contra el DAESH y sus diferentes ramificaciones.
Y aquí pinchan en hueso, como dirían los taurinos. El norte de África está depauperado, dejado de la mano del rey Mohamed VI. Esa zona es bereber como una etnia que no sintoniza demasiado con la corona de Rabat. Por eso, tanto Mohamed VI como antes, su padre Hasan II, anatemizaron a esa parte del país sin enviarle recursos ni ayudas económicas.
La ciudad de Nador, por ejemplo, es un vergel en la puerta del desierto del Sahara, la llave para entrar en el inmenso mar de arena. Sin embargo, apenas si hay turismo. No se promociona ni hay infraestructura creada para el sector.
Ni qué decir tiene que los ciudadanos de la cuenca del Rif, del norte de Marruecos, malviven; y lo hacen con tanta precariedad que son los objetivos perfectos para que sean captados por los terroristas de la yihad.
Pudiera parecer que el reino alauita es eso, una corona ubicada al norte de África, una nación pobre que nunca levantó cabeza. Pero no. Se trata de un país fundamental desde varios puntos de vista. Uno de ellos es el geopolítico. Otro el enlace entre las inteligencias occidentales, israelíes y marroquíes.
A Marruecos no le viene mal tener en su territorio al terrorismo yihadista. Es la mejor carta para el juego del trueque de las prestaciones. Pero más vale tenerlos a raya. Tampoco olvidan que parte de su sociedad está depauperada. Ni siquiera la monarquía es para siempre.