En su incómoda cama de hospital, con las dos piernas inmovilizadas y conectadas a aparatos que aseguran la estabilidad de los huesos, Manuel Martínez lleva dos meses sin dormir toda una noche, pese la ayuda de ansiolíticos y antidepresivos.
“Hay esos ruidos que me persiguen. Estoy así, tranquilo, y de repente me viene un ‘bum’, como si estallara algo, y me entran ganas de llorar”, explica Martínez con una expresión de hastío.
El dominicano, casado y padre de tres hijos, es uno de los más de 300 heridos en los atentados del 22 de marzo pasado en Bruselas, que luchan hoy para superar el trauma psicológico de aquel día en el que 32 personas perdieron la vida.
El mayor sufrimiento, según él, no es causado por las heridas físicas, sino por las imágenes de decenas de cuerpos mutilados que les han quedado grabadas. En algunos casos, las de sus propios cuerpos.
“Lo más grave es lo que uno tiene mentalmente, que no sale de la cabeza”, asegura en entrevista con Notimex.
“Lo que más me marcó fue la visión de esa niña sobre el cuerpo de su mamá. Debía de tener unos cinco años. Llamaba ‘mamá, mamá’, como que sin entender. Y su mamá estaba muerta”, recuerda.
Naturalizado en Bélgica, donde vive desde hace 22 años, Martínez se encontraba a pocos metros de donde estalló la primera bomba en el aeropuerto de Zaventem.
Conoce bien esa instalación, ya que trabaja como encargado de transportar equipajes desde hace nueve años, y temía que el lugar fuera un blanco preferencial para los terroristas que amenazaban con atacar a Bélgica desde hace meses.
“Estaba ayudando a una paisana que no hablaba otro idioma (más que español) a registrarse para un vuelo hacia Barcelona. Apenas le di sus billetes y hubo la explosión. Un bola de fuego naranja y mucho calor”, rememora.
“Luego la gente empezó a gritar y a correr. Parecía un infierno. Vi mucha gente sin piernas, sin miembros. Yo no podía moverme, tenía las dos piernas con fractura expuesta. Pensaba que me moría. Entonces vi a un policía que conozco y le supliqué que me sacara de allí”, añadió.
Ha podido salvar las dos piernas luego de cinco cirugías en las que le sacaron fragmentos de la bomba y cerraron nueve hoyos, algunos recurriendo a injertos de músculo y piel de otra parte del cuerpo.
Las quemaduras en la cara ya no son visibles, pero en la mano y brazo derecho una extensa mancha marrón permanece “como recuerdo”.
Para Hassan Elouafi, de 41 años y quien hace trabajos de mantenimiento en el aeropuerto, la imagen que más le atormenta es la de un cuerpo decapitado por la fuerza de la explosión.
Este ciudadano belga de origen marroquí pasó casi media hora sentado al lado del cadáver, mientras consolaba a un superviviente que había perdido una pierna y aguardaba a los cuerpos de socorro.
Dos meses después del episodio, Elouafi consulta regularmente con un psicólogo, se apoya en antidepresivos y aún no ha podido retomar el trabajo, algo que, a su juicio, sus colegas no logran comprender.
“Siento que algunos piensan que estoy en casa por vago. Pero no estaban allí (el día de los atentados), no han visto lo que vi. Es muy impactante. Toda esa gente sin pierna, sin pie. De momento, me es imposible volver allí”, señala.
Como parte de su reconstrucción psicológica, Elouafi decidió buscar al hombre que consoló en medio a los cadáveres y los destrozos de la explosión, quien temía que no hubiera resistido a sus heridas.
Para su grata sorpresa, encontró a Walter Benjamin en una cama de hospital recuperando la pierna que le quedó y los dos se han convertido en amigos.
“Ir a verlo es como una especia de terapia. Está siempre de buen humor y positivo, pese a lo que le pasó. Y me permite hablar de lo que siento con alguien que sí me entiende. Hay que haber visto lo que vimos para entender cómo nos sentimos”, sentencia.