Sergio Fajardo Valderrama, un matemático surgido del mundo académico que le cambió la piel y el rostro a Medellín y, aun más, le arrebató el estigma de capital del crimen para devolverle el orgullo y la dignidad perdidas a sus habitantes, hoy se perfila como uno de los favoritos para suceder al presidente Juan Manuel Santos y es uno de los personajes más populares de Colombia.
A partir de su experiencia, primero como alcalde de esa urbe famosa porque fue el bastión del legendario mafioso Pablo Escobar, jefe del cártel de Medellín, y luego como gobernador del Departamento de Antioquía, señala en una entrevista con 24 Horas que en México se puede aplicar su experiencia pero siempre y cuando la lucha que libre un alcalde contra el crimen la realice “con apoyo” de todos los niveles de gobierno, el estatal y el federal en este caso.
Y es que, a su juicio, a lo que se enfrenta la autoridad en su conjunto, sea Colombia o México, es “a una de las fuerzas con mayor capacidad de destrucción en las sociedades modernas y eso no puede resolverlo un individuo solo”.
Explica que la estrategia de dejar de lado sólo el enfoque represivo o centrado en la seguridad para abordar otros aspectos como el rescate de los espacios copados por el crimen implica que “cada lugar del territorio lo conduce la persona o autoridad local más cercana a la comunidad”.
Fajardo hace notar que cuando el Estado no responde a las necesidades, el vacío lo cubren organizaciones criminales, lo que torna indispensable la actuación de la autoridad por medio de la justicia mediante una “intervención social muy potente”, asevera.
“Es la formula. Tiene que haber una unión. Y me da la sensación que aquí en México no existe esa articulación”, expone.
Fajardo indica que en México existe una policía municipal “muy frágil” para enfrentar “a la fuerza criminal más potente del mundo”, y si para colmo no hay una “buena articulación” la tarea es “casi imposible”.
También reconoce que observa a México “desilusionado, escéptico e incrédulo” y cree que el país está pasando por una especie de “vacío sin ánimo” por lo que considera que “necesita un choque de optimismo nacional que no es muy difícil conseguir” y sumar a ello “una dosis de orgullo que sea el motivo de empujar juntos”.
En la entrevista, el ex candidato a la vicepresidencia en las elecciones de 2010 se niega a comparar la situación de Colombia con lo que sucede en México.
Fajardo reconoce que ha habido un gran interés en México no sólo entre los alcaldes o gobernantes sino entre estudiantes universitarios por sus políticas y dice sentirse muy orgulloso de que así sea.
Refiere que varias generaciones de alcaldes de Nuevo León han visitado Medellín, entre ellos y el propio gobernador actual Jaime Rodríguez Calderón, “El Bronco”, el primer mandatario estatal independiente en la historia de México, para conocer su la experiencia.
“Les mostramos lo que hemos hecho pero después cada quien entiende lo que ve, aprende lo que nosotros hemos hecho y decide si lo aplica o no”, afirma.
Sin embargo, admite que uno de los problemas para implementar estas estrategias de cultura de la legalidad es la corrupción, que desde su punto de vista “es un problema muy grande en México” y “la principal enfermedad que tienen nuestras sociedades” ya que este fenómeno “va reventando las relaciones y se mueve en un terreno que es poco propicio a la transformación”.
“La lucha contra la corrupción es una necesidad muy grande en México y en otras partes de América Latina, porque está íntimamente asociada con esa cultura de la ilegalidad”, dice.
Se refiere a la popular frase mexicana “un político pobre es un pobre político”, atribuida al legendario empresario y ex gobernador del Estado de México Carlos Hank González. A su juicio se trata de una “expresión fatal” porque “reconoce la corrupción como parte de esta sociedad”.
“La lucha contra la corrupción es un gran reto para México como sociedad y si logra avanzar en esto estoy seguro que se desatan muchas posibilidades para este país cuya potencia no tiene comparación en América Latina porque es rico en muchos sentidos y sin corrupción seria descomunal”, puntualiza.
Aunque se desmarca de Leoluca Orlando, ex alcalde de Palermo, creador de la estrategia de “Cultura de la Legalidad” que transformó la capital siciliana, azotada por el crimen y el dominio de los clanes mafiosos en Italia, con base en cambios más allá del aspecto represivo, Fajardo Valderrama de algún modo ha realizado una labor similar en Medellín, su ciudad natal, a la que cambió de rostro y pacificó como nadie lo había logrado con políticas centradas no sólo en la seguridad.
El ex alcalde de una de las ciudades más golpeadas por la violencia criminal en América Latina, entre 2004 y 2007 y que ganó la elección con el mayor número de votos de su historia, halló la fórmula mágica para reducir la violencia, y contrario a sus antecesores, no buscó darle la vuelta al problema, sino enfrentar al toro por las astas.
“Cada comunidad tiene su contexto, cada lugar tiene su historia. La de Palermo y la estructura mafiosa en Sicilia es una muy diferente a la de Medellín, que empieza en los años 80 con el mundo del narcotráfico”, afirma.
Durante la entrevista aprovechando su presencia en México para impartir la Cátedra Latinoamericana de Ciudadanía en la Escuela de Gobierno y Transformación Pública del Tecnológico de Monterrey, en su calidad de profesor visitante distinguido, señala que “lo ambos tienen en común es cómo enfrentar esa violencia y ocupar ese espacio que corresponde al Estado, con una variedad de herramientas como la cultura, la educación, la arquitectura y la transformación urbana”.
Se refiere concretamente a “las intervenciones físicas desde el punto de vista urbano, arquitectónico, el urbanismo social que llega a esos espacios, los ocupa y despliega nuevas formas de encontrarse en el territorio”.
Esos sitios –plazas, bibliotecas, centros deportivos– tienen una “connotación cultural y están asociadas con capacidades de la comunidad para que sea reconocida por sus capacidades y demostrar que no es la delincuencia, la ilegalidad, la que les va a permitir desarrollase en sociedad sino sus capacidades”, cuenta.
Fajardo subraya la importancia de “entender qué ocurre con la cultura cuando los violentos con sus riquezas extraordinarias empiezan a permear a las comunidades para convertirse en referentes y en oportunidades por ejemplo de empleo”.
“El poder de los violentos siempre es el miedo. Ellos son poderosos en la medida que sean capaz de llevar a una persona a sentir temor en su propia comunidad. Eso es lo que les da la fuerza y va fragmentando y destruyendo las conexiones entre las personas. Después de un tiempo, la condición de las personas se reduce a sobrevivir, al sálvese quien pueda” indica.
“Le cambiamos la piel a la ciudad”, afirma Fajardo, a la luz de lo que logró durante su gestión en Medellín y Antioquía.
“Donde estaba el miedo, la destrucción la violencia, construimos nuevos sitios para el encuentro y esos sitios son relacionados con la educación con la ciencia, con la tecnología con la cultura, con la innovación con el emprendimiento y permiten que la gente desarrolle sus capacidades”, expone.
Como la metáfora del “Carro Siciliano”, que suele usar Leoluca Orlando, según la cual si sólo tiene una rueda –la seguridad- sólo marcha en círculos y es la otra rueda (la cultura de la legalidad) la que le permite avanzar, Fajardo plantea que ni la represión ni el aumento en la cifra de policías fue la que le dio un nuevo rostro a Medellín en los aciagos años 90.
“Se tienen que involucrar a las comunidades, no decirles vengan y ocupen este espacio que hicimos, sino desde el comienzo hacerlas participar de manera tal que el día que se termina la construcción física de ese espacio ya se lo han apropiado al participar en su construcción, lo que se convierte su proyecto”, explica Fajardo.
De este modo, se rompe con algo que es habitual en la política, que es atribuir el gobierno el papel exclusivo de mejorar a una comunidad, dice Fajardo.
Al ex alcalde y ex gobernador no le han faltado las críticas de la oposición, sobre todo por haber entregado “obras inconclusas”, entre ellas sus famosos “parques educativos” y por la falta de claridad sobre el “costo real” de las obras, cuestionamientos a los que ha respondido puntualmente.
La clave de su política para devolverle la dignidad, el orgullo, el sentido de pertenencia y la cohesión social a una comunidad ha sido no complicarse la vida con intrincados planes de desarrollo, sino aplicar soluciones simples y directas a problemas difíciles como construir parques-biblioteca, escuelas, centros de convivencia, espacios para desarrollar la cultura emprendedora y ludotecas en zonas marginales.
Enarbolando la divisa Lo más bello para los humildes, construyó obras habitualmente propias de zonas ricas en el epicentro de la violencia y en los lugares que se habían convertido en campos de batalla entre las bandas criminales.
Hombre de ciencia y de aula, sin ningún palmarés político, Fajardo gobernó con pragmatismo y sin redes clientelares o compromisos con grupos de interés.
Sobre sus perspectivas políticas, afirma que se prepara para una parte histórica en Colombia: la construcción de la paz. “Ahí estoy y es una oportunidad muy grande y difícil. Hacer esa transición a esas décadas de violencia es complicada, pero es una oportunidad única”, señala, sin confirmar de manera tácita que pretenda postularse a la presidencia, aunque se sabe que lo haría arropado por el movimiento Compromiso Ciudadano aunque requeriría por supuesto de una plataforma partidista que seguramente no le será negada dada su alta popularidad, cercana al 80%, una cifra nada despreciable.
Según encuestas recientes, los colombianos lo ven como “una persona con capacidad de trabajo y espíritu gerencial”.