Futbol en el momento de mayor tensión. Futbol como factor de cohesión o final catalizador de la separación. Futbol como remedio cuando todo lo demás fracasó. Futbol incluso a sabiendas de que, por mucho que quisiéramos, de la cancha no brotará la genuina solución. Futbol en Francia desde este viernes y a lo largo de un maravilloso mes.
Con los británicos al borde de dejar la Unión Europea (el 23 de junio, justo al cierre de la primera ronda para Inglaterra, Gales e Irlanda del Norte, será el referéndum para el eventual Brexit); con numerosos pueblos desencantados (o, de plano, desquiciados) por lo que el mercado común les ha supuesto; con la amenaza terrorista tan temida y vigente tras lo sucedido el 13 de noviembre en París; con los nacionalismos extremos en auge (en Francia misma, la ultraderechista Marine Le Pen elevó su aceptación a raíz de los atentados); con la incógnita de una Europa que ha admitido resignada que la multiculturalidad no funcionó y que debe de replantear aquellos sueños de ser una y muchas a la vez; con Rusia otra vez fría y lejana; con Ucrania parcialmente invadida pero igual de futbolera con su exiliado Shakhtar y la propia selección; con Albania saliendo de su dilatado aislamiento con el balón de por medio; con Hungría y Austria que por primera vez en décadas sustituyen la nostalgia de lo que fueron, para por fin gozar sus respectivos presentes; con Islandia reclamando su presencia en el deporte rey; con Alemania intentando mantener en los estadios la hegemonía que, nadie duda, le es indisputable políticamente en el continente; con la euro-crisis que para muchos llegó para quedarse.
Con todo lo anterior, Europa se pone desde este día a jugar y lo hace en ese epicentro en que se ha convertido Saint Denis. Sitio donde se sublimó el crisol de etnias, procedencias y religiones con la coronación francesa en 1998. Sitio donde se apuntó directamente a esos afanes de unión, tan consagrados en el futbol y tan frustrados en la sociedad, con los ataques.
¿Un favorito? El local siempre ha de serlo y más si tiene una generación como la de los galos: Pogba, Griezmann, Matuidi, Kanté, Martial, bastan para considerar candidatos a los bleus, con todo y la ausencia de Benzema.
Otras cuatro opciones, con el perdón de Italia y Portugal a las que no considero en ese primer escalafón: España posee otra gran camada y la obligación de redimirse tras el chasco del Mundial 2014. Alemania ha cambiado mucho desde la gloria de Maracaná, mas conserva suficientes pilares como para aspirar a todo. Inglaterra da la impresión de por fin contar con buenos argumentos y no los planteles sobrevalorados de pasadas ediciones: Rooney, Kane, Vardy, Sterling, Alli, Milner; Bélgica presume un colectivo incluso más dorado que el subcampeón casi cuatro décadas atrás: Hazard, De Bruyne, Fellaini, Courtois, Lukaku.
En fin. Comenzamos la Eurocopa en un clima tan enrarecido que vale la pena retomar por enésima ocasión la frase de Paul Auster y deleitarnos en su veracidad: “Europa encontró en el futbol, la forma de odiarse sin destrozarse”.