Para cuando leas este artículo, querido lector, probablemente ya se habrá inaugurado la Eurocopa en Francia.

 

Rumania y el equipo galo se enfrentan como titanes, mientras un estadio, el Saint Denis, ruge este viernes como un león enjaulado, como testigo impenitente del esfuerzo y el coraje del deporte rey.

 

Lo mismo que el 13 de noviembre pasado; eso sí, hasta que aquel día, varios locos del DAESH se inmolaron en las puertas del estadio, secuestrando literalmente al Presidente de la República Francesa, François Hollande, y al ministro de Exteriores alemán.

 

Aquello fue un rapto a cerca de cien mil ciudadanos mientras que varios comandos del DAESH pasaban por las armas a decenas de ciudadanos por las calles parisinas, aquellas mismas calles donde dejaron plasmadas sus pinturas de Degas, Toulouse Lautrec, Matisse o Monet. Porque aquellas malditas balas de los yihadistas contra la población civil parecían punzones de minipinceladas del neopuntillismo de Seurat. Sólo que Seurat era un artista y éstos, unos terroristas sin calificativos. Cualquier epíteto los podría engrandecer. Mejor no lo escribo.

 

Ya estamos en plena Eurocopa y Francia se ha blindado. París, Burdeos, Toulouse, Lyon, Marsella o Nantes son algunas de las ciudades a las que han convertido en fortificaciones, auténticas cajas fuertes inexpugnables, vacunas contra el yihadismo recalcitrante del DAESH.

 

Cerca de 80 mil policías y gendarmes están movilizados, al igual que 10 mil militares. Además, reciben ayuda de la policía de otros países como Gran Bretaña, Alemania o España.

 

Se han realizado multitud de simulacros y controles exhaustivos. París y las principales ciudades francesas parecen un Big Brother en masa por la cantidad innumerable de cámaras que todavía se siguen instalando.

 

Y todo ello porque Francia no olvida que es el principal objetivo del yihadismo islámico. No resulta baladí que en menos de un año el DAESH haya cometido dos espectaculares atentados, perfectamente organizados, con resultados sobresalientes para la vesania del Estado Islámico.

 

Francia es el país de Europa que más castiga al DAESH en Siria e Irán. Desde el aire, sus cazas llevan más de dos años golpeando las posiciones de los terroristas. Y escribo bien de los terroristas; no de los rebeldes ni de los kurdos como hace la Rusia de Putin, disculpándose luego por no haberse dado cuenta. Casualidad.

 

Francia tiene muy claro que hay que acabar con el Estado Islámico y no parará hasta derrotarlo; aunque le cueste el martirio de algunos de sus ciudadanos.

 

Las fronteras con Francia están cerradas. Hoy pasar de Europa al país vecino, por ejemplo, es una misión muy difícil.

 

Pero con todo eso, el DAESH es un enemigo silente, perspicaz, de una inteligencia notable, con unos cuadros entrenados en las mejores universidades de Occidente. Mientras nosotros no les conocemos a ellos, ellos sí a nosotros, y muy bien. Saben cuál es nuestro punto débil y es ahí donde golpean con más fiereza.

 

Podría haber media humanidad vestida de policía, pero los yihadistas lo intentarán una y otra y otra vez. Tantas veces como sean necesarias hasta que lo logren. Incluso, no dudarán si por el camino tienen que abandonar a sus propios muertos al haberse detonado en algún lugar que no les correspondía. Pero eso a ellos les da igual. Incluso su concepto del más allá es mucho más evolucionado que el nuestro, que se queda en la superficie del alma y no llega a bucear desde lo más profundo del espíritu como lo hacen ellos.