El niño de ocho años corre entre los árboles con las piernas entumecidas. La noche es un velo en su rostro, le impide ver piedras y ramas que rompe a su paso.

 

Nunca había bajado el cerro a esa velocidad y nunca le había pesado tanto hacerlo.

 

Son las 20:30 horas del jueves 9 de junio. Cierra sus ojos, tapa sus oídos. Los disparos de los que huye todavía se escuchan en medio de la nada.

 

El menor reza. Sus oraciones son incompletas. La respiración es lenta. El corazón pareciera salirse de su pecho. Golpea con el puño cerrado la puerta de madera, de la que hace 10 minutos salió. El profesor, hombre de 30 años que le enseña a leer y escribir, atraviesa el umbral de la vivienda de adobe todavía con un bocado del taco de guisado de la cena que su alumno le entregó minutos antes.

 

El menor describe los ruidos que lo hicieron dar media vuelta y correr a toda prisa, en sentido contrario a su casa: los gritos de su madre y sus hermanas, mientras otra detonación les arrebataba la vida.

 

“Como en una película, así se salvó el niño. No fue la niña herida, es el pequeño que dicen que es hijo del asesino y que por eso se salvó. Se salvó porque fue a dejarle la comida a uno de sus maestros, porque en El Mirador no van a la escuela; suben los maestros a enseñar”, comenta un grupo de pobladores al centro del municipio de Coxcatlán.

 

La tragedia les ha quitado el sueño, los ha dejado inquietos, se ha roto la tranquilidad que impera en el municipio hace décadas. “Nunca había escuchado algo así, te rompe el alma”, señala con tristeza uno de los amigos cercanos de la familia, quien prefiere no mencionar su nombre por miedo.

 

Los titulares de medios locales, nacionales e internacionales ya han difundido la tragedia del fin de semana: cinco hombres, cuatro mujeres, dos menores de edad asesinados y dos niñas heridas por dos hombres encapuchados en la Sierra Negra de Puebla, en una comunidad de difícil acceso del municipio de Coxcatlán: El Mirador.

 

Una calle divide al estado de Puebla del de Oaxaca: del lado derecho estás en la entidad poblana, del izquierdo, en la oaxaqueña. Esta línea territorial es la que uno cruza una y otra vez al subir el cerro que te lleva a Potreros, junta auxiliar de Coxcatlán, donde el camino a pie es la única vía para acceder a la recién creada inspectoría de El Mirador.

 

Si alguien pidiera auxilio en la madrugada, no sería escuchado. Si alguien fuera asesinado entre las curvas de la sierra, sería fácil ocultar su cadáver o monte arriba o maleza abajo.

 

 

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Pero no. Los familiares hablan en voz baja. “Ellos no tenían enemigos, eran gente de bien. Pero hay envidias. Hay información que están dando y no es real. No, ellos estaban tranquilos, eran campesinos, el campo era su vida. No, no es una venganza”.

 

Los 11 fallecidos eran integrantes de una misma familia, una de las mujeres estaba embarazada. Se presume que sus agresores escaparon a pie de la localidad con dirección a la sierra oaxaqueña, informó la Fiscalía General del Estado (FGE) a través de un comunicado al día siguiente del ataque.

 

Las autoridades ya tienen una versión oficial. Una de las mujeres asesinadas, quien además de heridas de bala presenta puñetazos en todo el cuerpo, fue violada hace siete años por uno de los victimarios. De ese ataque, tuvo un hijo, el único que resultó sin heridas, a diferencia de sus primas, quienes se encuentran internadas en el Hospital para el Niño Poblano, en la apital del estado, por las múltiples heridas hechas por los agresores la noche del jueves.

 

La causa del crimen para las autoridades se reduce a “conflictos personales”, pero en las comunidades aledañas y cerca de la presidencia municipal se repiten dos preguntas en las conversaciones entre quienes conocen el caso.

 

¿Por qué? ¿Quién pudo tener la sangre fría para asesinar a dos niños, a una familia entera?

 

“Lo que haya sido, ya no tiene remedio. Pero no, ellos eran gente de campo, no tenían enemigos, eran católicos, ayudaban a su comunidad. No. No. Sólo Dios sabe”, declara una tía de las víctimas, quien ante el temor de ser lastimada, como su familia, prefiere no decir más.

 

Las lágrimas no son suficientes para llorar por los 11 muertos. Las fuerzas no le alcanzan para saber cómo están las niñas que sobrevivieron al ataque.

 

La muerte recorre las entrañas de la Sierra a paso lento.

 

Es domingo. Los deudos de 11 personas asesinadas el jueves han pasado tres noches y dos días y medio en espera de que los cuerpos les sean entregados. Prefieren velarlos y enterrarlos en la cabecera municipal –Coxcatlán–  que en la comunidad donde fueron asesinados –El Mirador –. El temor de un segundo ataque, es latente.

 

 

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Una carpa detrás de la presidencia municipal con un altar y un ciento de sillas constituyen la capilla improvisada donde dedicarán rezos y plegarias para que las almas de sus difuntos –según lo dicta la religión católica–, descansen en paz.

 

El sollozo de los familiares al recibir los primeros cuatro cuerpos es incontenible. El número de ataúdes les confirma la tragedia más grande de sus vidas.

 

Los espectadores son los pobladores que se han ofrecido a llevar flores, veladoras, café y pan a quienes velarán a sus muertos, que son 10, ya que uno fue reclamado por otro familiar, aunque no se precisó el porqué, igual que los detalles del desastre.

 

El mismo número de fosas se encuentra preparado en el panteón municipal. Las campanas de la iglesia están listas para el repique a las 07:00 horas de hoy, hora de la misa, lo que despeja el rumor de que las víctimas fueron ultimadas por motivos religiosos, hipótesis del edil Vicente López de la Vega, quien en sus primeras declaraciones aseguró que el móvil de crimen podría ser por discriminación religiosa.

 

Jueves, 21:30 horas. Una llamada llega a la presidencia auxiliar. El reporte a los policías es el del asesinato de una familia. Un escalofrío recorre el cuerpo de los uniformados que llegan, después de desafiar la neblina, cruzar las curvas y viajar al borde de los desfiladeros; un hombre les informa que son 11 las personas con heridas que les provocaron la muerte, entre los que se encuentran niños y una mujer embarazada.

 

“Vimos los cuerpos. Estaban tendidos en el piso de tierra de su casa, se ve que los agarraron desprevenidos. No sabemos más porque tuvimos que dar parte a los agentes ministeriales, era más de lo que podíamos manejar”, confía bajo la gracia del anonimato un municipal a 24 HORAS Puebla.

 

El maestro que daba clases a los niños de la comunidad dio aviso a la única autoridad del lugar, alrededor de las 21:30 horas, el inspector de nombre Clemente N., familiar de quienes acababan de ser asesinados. Son las 22:00 horas. Clemente ayuda a sus sobrinas –ambas heridas por arma de fuego en el abdomen– a bajar por la ladera, único camino que los conecta a Potreros, donde habrá quien los auxilie.

 

El niño de ocho años que corrió al oir los disparos y el inspector, los sobrevivientes que al parecer escaparon ilesos de los ataques, son los únicos que identificaron a los agresores. Son los únicos que saben, dicen los familiares.