En aquellos años en que México tenía una alta producción petrolera, con precios elevados y gran demanda de sus hidrocarburos cometimos el error de dormir en nuestros laureles de ser un país exportador de materias primas que subsidiaba a la población a cambio de sumisión política.

 

Llamaron a nuestros padres y abuelos a administrar la abundancia como si se tratara de una profecía de las sagradas escrituras. México estaba destinado a ser una potencia mundial solamente por el hecho de mantenerse sentado en los millones de barriles de petróleo que se producían.

 

Naciones que en aquel momento presentaban niveles de desarrollo iguales o inferiores tuvieron que esforzarse en hacer cambios estructurales profundos, como en los casos de Corea del Sur, España o Chile.

 

Evidentemente que la crisis petrolera de finales de los setenta, y sus réplicas posteriores, acabaron por desmoronar el sueño mexicano. Llegaron las crisis recurrentes y entonces inició el proceso de reconversión del modelo de desarrollo.

 

No se parece en nada el México de los ochenta al país contemporáneo. Sin embargo, entre sus virtudes y demonios hay algo que sigue pendiente: terminar con la dependencia de los ingresos petroleros para completar el gasto público.

 

Hoy en la balanza comercial mexicana las exportaciones de hidrocarburos no serán motivo de una crisis, pero en el terreno fiscal la historia es otra.

 

Como un lugar común se dice que la tercera parte de los ingresos públicos están recargados en los dólares del petróleo. Eso hoy no es una premisa válida.

 

Fueron muy irresponsables los gobiernos de Vicente Fox y Felipe Calderón en permitir que los ingresos petroleros subieran hasta 40%, sin procurar que en esos momentos de bonanza se diera una reforma fiscal que reforzara los ingresos tributarios y aceptara la aplicación de la venta del petróleo en inversiones de infraestructura.

 

Hoy, los dólares petroleros han caído hasta representar solamente 13% de los ingresos presupuestales, un nivel financiero peligroso e históricamente bajo.

 

Además de los ingresos bajos se han acumulado desequilibrios en las cuentas públicas y un aumento en el nivel de endeudamiento. Vamos, una amplia colección de focos amarillos.

 

La reforma fiscal que llevó a cabo este gobierno era un cambio tímido, políticamente correcto con la izquierda, que alcanzaba muy bien para tener barriles de petróleo arriba de los 80, un nuevo régimen fiscal para Pemex y el resto de las nuevas petroleras.

 

Pero con el derrumbe de la producción de hidrocarburos y la caída del precio a los niveles actuales implicaría una reforma inmediata y urgente para que no sea un recesivo recorte al gasto lo que se plantee como solución.

 

La turbulencia mundial que se genera por temas como el Brexit tiende a agravarse en México por este tipo de desbalances. Y garantiza que de aquí a septiembre, cuando se presente el paquete económico, quedará la duda de los mercados si el gobierno federal se atreverá o no a corregir sus desequilibrios fiscales.