¡Ser, o no ser, ésa es la cuestión! ¿Qué debe más dignamente optar el alma noble entre sufrir de la fortuna impía el porfiador rigor, o rebelarse contra un mar de desdichas, y afrontándolo desaparecer con ellas?

 

Ésta es la primera línea del tercer acto de Hamlet, una de las obras maestras de William Shakespeare y que hoy parece como la inspiración de sus compatriotas contemporáneos para preguntarse si quieren ser o no ser europeos.

 

Bien pudieron incluir los organizadores del referéndum de hoy este texto shakesperiano en la boleta de consulta, pero no. La interrogante que hoy se lee en las casillas es ésta: ¿debe el Reino Unido mantenerse como miembro de la Unión Europea o dejar la Unión Europea?

 

Ya dejaremos a los expertos en semiótica definir si la redacción de la pregunta pretendía influir en el ánimo de los consultados para quedarse. Pero lo que hoy tenemos es un enorme ambiente de tensión.

 

La Unión Europea es una mesa de tres patas que sostiene a un grupo de países con culturas disímbolas que tienen el deseo común de que las fronteras no sean un impedimento para su crecimiento.

 

La pata principal de la mesa es robusta, es el músculo más notorio de la región; ésa es Alemania. Otro de los sostenes continentales es Francia y, repentinamente, titubea entre ser una potencia o un seguidor de los demás. Y el tercer soporte es el Reino Unido.

 

Es un elemento básico de la unidad europea, pero padece de una bipolaridad excepcional. El Canal de la Mancha les produce una sensación de ser otro continente, casi otro planeta. Sienten que está más cerca Manhattan, en Estados Unidos, que Calais en Francia.

 

Sin el equilibrio de los tres pilares no habría duda de que este árbol europeo crecería solamente con el enorme y robusto tronco alemán. Eso merece al menos una consideración histórica.

 

Pero aquí hay tantas visiones como intereses. Alguno de los que hoy tiene poder de voto lo hará para proteger su sistema de salud pública. Sentirá que si se salen de la unión conseguirá una consulta médica más rápido. Alguno otro pensará que tendrá un mejor trabajo si corre a los españoles de la competencia por las plazas.

 

Otros calcularán el impacto económico y financiero para el reino y no dudarán en remarcar una cruz en la opción de quedarse.

 

Y entre los que no votan por no ser británicos o de la Commonwealth hay tantas opiniones como intereses.

 

La única garantía para los mercados financieros es que habrá turbulencia. Si se quedan, será la euforia. Si se salen, será el pánico. Pero así son los mercados. Ya les llegará la calma en cualquiera de los dos casos.

 

Y para las economías también llegará la normalidad, incluso en la opción de la salida.

 

Pero en este mundo global hoy no hay otro interés general que saber si los británicos quieren ser o no ser europeos.