La Eurocopa en su último suspiro nos pone en la final a un inesperado equipo portugués que con más dudas que certezas ha alcanzado esta instancia acompañado de una enorme dosis de fortuna.

 

Y sí que ha tenido suerte, la tuvo cuando jugó mal y no perdió; la tuvo cuando sin siquiera anotar un gol de 180 minutos aún mantenía vivas sus esperanzas de calificar, la tuvo porque habiendo ganado un solo partido en tiempo regular puede presumir ser uno de los dos aspirantes. La tuvo sin duda ninguna porque su camino le puso rivales de pocas consideraciones.

 

Tuvo suerte porque este terrible incremento a 24 equipos le permitió acceder a la ronda de eliminación directa, y dicho sea de paso, quedo demostrado que son demasiados equipos en la competición europea, de la que siempre recibíamos el mejor futbol del mundo, sin embargo esta edición ha quedado muy por debajo de lo deseado en términos de calidad. Por entrega, lucha e intensidad podríamos quedar satisfechos, pero este torneo está diseñado para lucir, para enamorar, para captar nuevo seguidores a través de sistemas colectivos e individualidades que sean capaces de quedarse  siempre en nuestra mente, cosa que en esta ocasión dista mucho de ser así, y el gran ejemplo es la gris Portugal que alcanzó la última etapa estableciéndose como la gran sorpresa, claro, con todas las aristas antes mencionadas.

 

Sirva esto de ejemplo para aquellos que optan por incrementar la cuota de equipos en la Copa del Mundo. Una absoluta locura.

 

Por lo mismo podríamos irnos adelantando diciendo que será un sorpresivo subcamepón, digno, si usted quiere, todo dependerá de cómo pierda la final.

 

Sólo un factor obra a favor de los portugueses: el descanso, mientras que ellos han sorteado las semifinales a medio gas, Alemania y Francia han dejado la piel en Marsella. Y serán los locales quien tienen ante sí un inmejorable escenario: gozan de buen estado futbolístico; un equipo serio que depende de su conjunto y no de la inspiración de uno solo; rara vez se descompone y muestra equilibrio en todas sus líneas. Y llega a París con el impulso de millones, en su casa, ahí mismo donde destrozaron a Brasil en 1998.

 

Francia es quizá el máximo favorito en la historia de las copas de Europa, aunque si alguien conoce esa posición es la misma Portugal que hace años vio esfumarse la histórica oportunidad de coronarse ante los griegos que en aquel 2004 asomaron la cabeza en el mapa futbolero para nunca volver a hacerlo.

 

Todos los caminos conducen a París, ahí donde veremos nuevamente a les bleus cantar, brincar, bailar y brillar como lo vimos hace 18 años.