Las condiciones de la economía mexicana en un entorno de turbulencia mundial parecen ser “débiles y poco confiables” para la sociedad, los empresarios e inversionistas. Pero seguramente también para el secretario de Hacienda, Luis Videgaray, así como para el gobernador del Banco de México, Agustín Carstens. El tiempo alcanza, y quizá eso está sucediendo a la economía mexicana. Sabemos que cuando se tiene a la puerta el riesgo de una crisis sistémica es muy importante mantener las variables macroeconómicas muy acotadas, con un sistema financiero solvente y bien capitalizado, porque la globalización mueve flujos de inversión en mercados, los cuales contribuirían a mejorar o empeorar condiciones en tasas de interés, tipo de cambio y valuación del mercado accionario, lo que puede, a su vez, en caso favorable, abrir espacios para traer inversión extranjera directa y con ello generar empleos que apoyen el crecimiento económico.

 

En febrero, tanto la SHCP como el Banxico anunciaron una acción conjunta: un ajuste en la política fiscal de 132 mil millones y un aumento de 50 puntos base en la tasa de referencia intentando blindar escenarios de volatilidad cuando el peso alcanzó niveles hasta en 19.44. En ese momento era crítica la intervención en Pemex y el recorte al gasto de manera urgente. El resultado fue bueno, pero con pocos meses de efectividad.

 

Ante el resultado del Brexit, la SHCP anunció un segundo recorte por 31 mil 715 millones, de los cuales el 91% va dirigido al gasto corriente, y pocos días después el Banxico anuncia otro aumento de 50 puntos base en la tasa de referencia para ubicarla en 4.25%.

 

Todo apunta a que los inversionistas ven debilidad en la estructura económica de México, en donde el aumento en el nivel de endeudamiento ha generado un mayor costo de la deuda y la caída en los ingresos petroleros no han podido ser sustituidos en su totalidad. De ahí, que los extranjeros están buscando otras opciones para invertir y han llevado la depreciación del peso a niveles de 18.84, prácticamente 9.50% en lo que va del año.

 

La depreciación del peso mexicano desde el inicio de 2014 hasta la fecha asciende a 43%, y es claro que no todas las empresas pueden aguantar un aumento en los costos de producción sin traspasar parte de ese incremento al consumidor final. Así, la inflación al productor asciende a 5.6% y al consumidor, a 2.54% anual. El riesgo de transferencia de precios es alto.

 

Ahora, una presión de salida parcial de la tenencia de extranjeros, especialmente en bonos, impactaría en mil 250 millones de dólares por cada punto porcentual de salida. La tenencia de extranjeros en bonos entre cero y tres años asciende a casi 70% de concentración del total de los papeles, mientras que de tres a siete años asciende a 57% y de siete años en adelante tiene 55%.

 

Así, la desesperación empieza a mostrarse. Un déficit fiscal en los “límites” refleja una necesidad de búsqueda de ingresos, por lo que la SHCP aumentó el precio de la gasolina y la electricidad. Los ajustes fiscales son buenos, pero insuficientes y reflejan poca credibilidad a los inversionistas, que reducen sus posiciones de inversión, demandan dólares y una mayor depreciación del peso genera una presión inflacionaria, por lo que el Banxico está actuando y acumula ya 100 puntos base de aumento en la tasa de referencia, un incremento en el costo de la deuda y origina un menor crecimiento de la economía. Un círculo vicioso que deberá romperse por algún lado.