Yecenia Armenta, quien permaneció injustamente en prisión durante cuatro años, llamó a todas las víctimas de tortura a que “alcen la voz”, especialmente las mujeres, quienes muchas veces no denuncian esta situación por “vergüenza o por miedo”.

 

La Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN) decidió dejar en lista, es decir, suspender hasta nueva orden, la discusión sobre su caso, informaron a Efe fuentes del organismo.

 

Esto después de que la fiscalía del noroccidental estado de Sinaloa llevara a la SCJN la sentencia absolutoria concedida a Armenta por una jueza y que permitió que el 7 de junio pasado saliera de la cárcel, donde permanecía desde que confesó bajo tortura haber asesinado a su esposo.

 

La decisión de la SCJN es vista por Armenta como algo que, de resolverse a su favor, no solo sería beneficioso para ella, sino para todos los mexicanos y en especial a los de su estado natal, azotado por la violencia.

 

La mayoría de las veces las víctimas “ni siquiera saben el motivo” por el que son torturadas, afirma en una entrevista telefónica con Efe.

 

Armenta fue detenida arbitrariamente por policías estatales en julio de 2012 y fue golpeada, casi asfixiada y violada durante horas hasta que fue forzada a “confesar” su participación en el asesinato de su esposo.

 

“En ese momento (el de su arresto) pensé que era un secuestro”, recuerda la sinaloense, quien “ni entendía lo que estaba pasando” ni sabía si sus familiares estaban bien.

 

Cuatro años después, “todavía no encuentro respuestas de que haya sido objeto de tanta brutalidad”, asegura.

 

Armenta comenzó a darse cuenta de la dimensión del problema de la tortura cuando, después de que su caso se hiciera público, una de las presas se le acercó y le dijo “señora, yo la felicito, porque todo lo que dice usted que le hicieron, a mí me lo hicieron, solo que yo por vergüenza y por miedo no hablé”.

 

Ese fue el primer caso del que tuvo conocimiento en la prisión, pero con el paso de los días vio que muchas de sus compañeras habían sufrido tortura “de igual o peor forma” que ella.

 

“Uno podría pensar que es algo aislado y no, lo que yo viví, por lo que pude platicar en la cárcel y escuchar, la tortura es algo generalizado”, asevera.

 

Amnistía Internacional publicó la semana pasada un reporte basado en entrevistas a cien mujeres recluidas en prisiones federales. Las presas, en su totalidad, dijeron haber sufrido acoso sexual o maltrato psicológico durante su detención o en las horas posteriores.

 

Ante este panorama, Armenta considera que lo que hay que hacer es “alzar la voz”, en especial las mujeres, quienes se quedan calladas por presiones y comentarios como “si le pasó es porque lo buscó, porque lo merecía”.

 

Su caso ahora está pendiente de la decisión de la SCJN, pero cree que en el momento en el que se resuelva intentará buscar la justicia plena por medio de la Procuraduría General de la República (PGR).

 

Porque, recuerda, los que asesinaron a su entonces esposo han quedado impunes, así como los que la torturaron, quienes, “por lo que tengo entendido, aún siguen trabajando”.

 

A un mes de su liberación, Armenta dice tener la sensación de que ha iniciado “una nueva vida”.

 

Señala que, con dificultades, ha tenido que empezar a adaptarse a los cambios, como los que han desarrollado sus hijos, a quienes ahora ve “inmensamente grandes” y realizando actividades muy diferentes a las que hacían cuando fue encerrada.

 

“Estaba acostumbrada a un espacio pequeño, y ahora veo que todo es tan grande… Siento que ningún lugar me corresponde”, comenta Armenta.

 

Sus planes más cercanos pasan por retomar, poco a poco, la vida con su familia. Pero admite que estaría interesada, en un futuro, en ser parte de alguna asociación que defienda los derechos humanos.

 

“Sobre todo en cuestión de las mujeres, que a veces estamos tan desprotegidas en este país”, enfatiza.