Del puño levantado por Beyoncé en el medio tiempo del Super Bowl en febrero, al puño levantado por Serena Williams tras ganar la final de Wimbledon de este sábado: medio año de tensión racial reflejada en dos de los momentos cumbre del calendario deportivo, medio año de hartazgo negro, medio año de inevitable regresión a la premiación de los Olímpicos de México 1968 con John Carlos y Tommie Smith.
El deporte no debe quedarse callado. O, más bien, en tan convulso, violento y segregado 2016, el deporte no puede quedarse callado. Coincide que buena parte de los mejores deportistas son negros o provienen de guetos negros (caso específico de Serena Williams), aunque antes que eso son personas y eso habría de bastar ante un país que luce roto.
La propia Serena deploraba la situación imperante en Estados Unidos: “Creo que cualquiera en específico con mi color debe de preocuparse. Tengo sobrinos en los que he estado pensando si debo de llamarles y decirles que no salgan, que si se suben al coche puede ser la última vez que los vea”.
Días antes estalló Carmelo Anthony, una de las principales estrellas de la NBA y seleccionado para los que en Río de Janeiro serán sus cuartos Olímpicos: “Estoy convocando a todos mis compañeros atletas a dar ese paso y tomar el control. Vayan con sus oficiales, líderes, congresistas, políticos, y exijan un cambio. Ya NO hay que quedarnos sentados y tener miedo de atacar o enviar mensajes políticos. Esos días ya están muy lejos. No podemos preocuparnos por los patrocinios que vayamos a perder o quién nos verá como locos”.
Es de esperarse que Anthony aproveche los reflectores que representa Río 2016 para fortalecer su posición; ese mensaje ha sido más un anuncio que una advertencia y jugar para el Dream Team ofrece máxima difusión. Volveremos entonces al debate sobre la conveniencia de permitir al deporte prestarse a los mensajes extracancha, sean políticos, culturales, sociales, incluso religiosos.
La realidad es que puede gustar o no, pero si el año abrió con el puño de Beyoncé y sus bailarinas mostrando en pleno Super Bowl una pancarta con el nombre de Mario Woods –el joven negro que fuera asesinado por la policía en San Francisco–, y si para julio continuamos lamentando el asesinato de nuevos muchachos afroamericanos, entonces es señal de que detrás hay una sociedad fracturada. Más incluso, si se pretende relacionar el movimiento Black Lives Matter con estar de acuerdo con la terrible tragedia policial del jueves en Dallas: el luto tiene que ser el mismo ante cada muerte, y que se sepa, ésta no es una guerra en la que hayan de enumerarse las pérdidas de cada bando.
El puño de Serena, como las palabras de Carmelo son respuestas obvias e ineludibles ante lo que sucede en Estados Unidos. Las eventuales protestas de parte de atletas en Río 2016, también. Tal como en 1968, porque algunos males de la actualidad remiten a un período que se pensaba más que superado. Y todo en el más convulso año electoral.