Es sencillo hablar de hegemonía cuando por quinta ocasión, en seis años, un ciclista angloparlante (Chris Froome) está por coronarse en el Tour de Francia, pero en aquel enero de 2012, mientras charlaba en Londres con el pentacampeón Miguel Indurain, parecía un pronóstico del todo aventurado.
El navarro, no obstante, hablaba convencido: que a partir de entonces sería muy difícil arrebatar esa gloria a los pedalistas australianos y británicos, que estaban conformando equipos muy poderosos, que tenían un amplio potencial por la creciente cantidad de niños que en estas culturas se iban acercando al ciclismo de ruta, que las nuevas potencias y los nuevos campeones hablarían en inglés.
Unos meses antes, Cadel Evans había sido el primer australiano en lograrlo. Unos meses después, Bradley Wiggins sería el primer británico en conseguirlo. De inmediato emergió Froome, quien en este 2016 luce como virtual monarca del Tour, que sería el tercero en su carrera.
Hasta antes de ellos, y descontando los Tours despojados a Lance Armstrong y Floyd Landis por dopaje, los únicos dos ganadores angloparlantes habían sido de ascendencia francesa: el irlandés Stephen Roche y el estadunidense Greg Lemond.
Y es que el Tour fue en su primer siglo de existencia propiedad de cuatro países; a la fecha, Francia, Bélgica, Italia y España acaparan 76 títulos de 95 acreditados. Propiedad que, sin embargo, claramente ha caducado. Casi con toda probabilidad, Froome hará ondear la bandera británica en París este domingo, confirmando que la patente del pedal viene hoy en inglés.
Eso tiende a extenderse a los Olímpicos de Río, si es que en apenas dos semanas se reactivan las piernas de titanes del Tour como Mark Cavendish o el propio Froome.
Con 31 años, Froome tiene la capacidad y el equipo para trepar al máximo escalafón en la historia del ciclismo de ruta. Será su tercer Tour y no es descartable que se ciña alguno más, lo que nos permite visualizarlo en la realeza de este deporte. Nacido en Kenia y criado en Sudáfrica, llegó a competir por estos países africanos hasta que decidió hacerlo por la tierra de sus padres y hoy ya tiene título nobiliario británico (es de esperarse que en cualquier momento ascienda al rango de Sir, algo que ya puede presumir Bradley Wiggins).
En un deporte en el que el individuo depende tanto de su equipo, las conquistas de Froome han sido cuestionadas como las de todos los grandes que le precedieron: ¿qué sería de él sin los gregarios que le facilitan la carrera y debilitan rivales? Seguramente no lo mismo, aunque parece injusto borrar sus innegables méritos, porque no dudo que Froome es hoy, como hace un año, el mejor del planeta.
La predicción de Indurain se volverá a cumplir: “The Tour speaks english”. ¿Por cuánto tiempo más? Parece que por mucho, a la vista del nuevo demoledor ascenso de Froome hacia la corona francesa.