Hace algunos años, un banco anunciaba sus tarjetas de crédito con una pegajosa canción que rezaba: “Firma, úsala, úsala”. Como si se tratara del conjuro que lanza un hipnotista a su víctima, el mensaje no era correr al banco a pedirla, sino usar el plástico que ya se tenía.
Después el auge de los meses sin intereses se encargó de promover tanto la solicitud como el uso de este tipo de instrumentos de crédito.
La cartera crediticia de los bancos ha mantenido un crecimiento sostenido durante muchos años, recientemente ha decrecido el aumento de la cartera de crédito al consumo. Sin embargo, mantiene una tasa de crecimiento superior a lo que sube el Producto Interno Bruto (PIB).
De acuerdo a la Comisión Nacional Bancaria y de Valores, hay expedidas 22 millones 761 mil 615 tarjetas de crédito. Son instrumentos que, aunque no se usen, cuestan a los bancos porque se mantienen activos en la contabilidad.
De este universo de tarjetas, cinco millones 128 mil 640 viven guardadas en un cajón. No han visto la luz en mucho tiempo, simplemente porque sus usuarios las tienen, pero no las usan.
Esto implica que 23% de las tarjetas emitidas, vigentes, no están en uso.
Sólo que si usted está en este caso de tener una tarjeta sin usar, debe cuidar que no le esté costando, aun guardada en el cajón.
Muchos plásticos le generan ganancias a los bancos aun guardadas con siete llaves, porque tienen pagos de anualidades y diferentes comisiones. Hay un grupo de tarjetas que no cobran anualidad, pero otras condicionan la extensión del pago al uso cotidiano del plástico.
No vaya a ser que cuando la desempolve se tope con la novedad de que ya le debe un dineral al banco, con intereses y recargos. Y además con una mala nota en el buró de crédito.
Muchos de los usuarios que optaron por guardar sus plásticos lo hicieron por aquella determinación del Servicio de Administración Tributaria de cruzar los gastos de los contribuyentes con los ingresos reportados.
Los que tienen miedo de esta comparación mejor guardaron este medio de pago y recurrieron al efectivo.
Algunos usuarios de crédito aprendieron a golpes que pasarse en los gastos genera dolores de cabeza, y si tenían tres, cuatro o cinco tarjetas, optaron por guardarlas y usar sólo un par de ellas.
Los totaleros, aquéllos que pagan el cien por ciento de lo que firman con las tarjetas antes de que lleguen los intereses, también usan una sola tarjeta. Y esta clase de usuarios responsables del crédito va en aumento.
No se extrañe si en poco tiempo los bancos reviven sus campañas de hipnosis que lo quieren convencer de que use sus plásticos para comprar.
Quizá es mejor tomar la decisión financiera de cancelar alguna de las tarjetas de crédito que no utilice. Porque, como sea, siempre existirá la tentación de sucumbir ante una oferta que parezca irresistible en el mercado.