Dentro del tema de reforma de la hoy Ciudad de México, y a reserva de retomar el tema directo de la “Constitución” y el “Constituyente”, trataré de mencionar en los siguientes espacios algunos temas que me parecen relevantes para considerar si ameritan un tratamiento especial en la “Constitución” o sólo en las leyes secundarias, puesto que todas tendrán que revisarse y, eventualmente, modificarse o eliminarse a la luz de la nueva legislación.

 

Comenzaré por un tema candente, que puede volverse crítico y restringir las posibilidades de crecimiento, desarrollo y quizá viabilidad de la Ciudad Capital de la República, el del AGUA.

 

En muchas regiones del mundo el agua se está convirtiendo en un factor limitante para la salud humana, la producción de alimentos, el avance  industrial y la estabilidad social. Aunque 70% de la superficie del planeta está compuesta por agua, solamente 2.5% es agua dulce, de esta última poco menos de 0.3% es agua superficial. La cantidad de agua dulce superficial junto con la subterránea de todo el planeta es menor a 1%, del total de agua,  lo que implica que solamente 200,000 m3 están disponibles para el consumo humano y el mantenimiento de las cuencas, ríos y embalses  naturales.

 

Si bien la disponibilidad promedio de agua por habitante en México es un indicador útil cuando se realiza una comparación internacional, éste no refleja la realidad cuando se analiza la variabilidad en su distribución espacial y temporal en el territorio mexicano. Por ejemplo mientras que en la península de Baja California la disponibilidad natural por habitante al año es tan sólo de 1,336 m3, en Chiapas asciende a 24,674 m3.

 

En promedio, cada mexicano dispone todavía de mucho más de 2,500 metros cúbicos de agua anuales, el valor crítico donde empieza la escasez, según la definición internacional. Pero las cifras no revelan la crisis que ya se presenta en muchas regiones del centro, norte y noroeste del país.

 

Según la Comisión Nacional del Agua (CONAGUA)  la disponibilidad de agua promedio por habitante llega a situaciones extremas, como en el caso de la región del Valle de México y el sistema Cutzamala. La situación de escasez propicia que el abastecimiento hídrico se com­plemente con el uso de acuíferos subterráneos como posos y, en general, almacenamientos de agua que pueden tener recargas anuales vía infiltraciones al subsuelo, en proporciones considerables.

 

Lo anterior ha conducido a una sobre explotación de estos acuíferos que, en el caso de la Ciudad de México ha provocado hundimientos diferenciados de edificios y alteraciones graves en la conducción del agua y en el drenaje. Si a esto adicionamos que la política del gobierno central de la Ciudad no ha privilegiado la inversión en infraestructura, ni en el gasto en mantenimiento y reparación de tuberías y conexiones, veremos un panorama desastroso para el futuro inmediato de la urbe.

 

Por tanto es urgente legislar al respecto y propiciar políticas de abastecimiento y uso del agua, así como de inversión pertinentes para la Ciudad y que aseguren su viabilidad futura, tomando en cuenta también su contexto metropolitano.

 

En próximas entregas trataré sobre los cambios en la política hidráulica de la Ciudad de México y su impacto en el abastecimiento de agua potable, así como sobre las causas que afectan su distribución y abasto: Tala, reforestación, desperdicio, tuberías en mal estado y falta de cultura, entre otros.