No conozco a Alfredo Castillo, titular de la Comisión Nacional de Cultura Física y Deporte (Conade), ni tampoco me importa que conserve o no su puesto público. Habiendo dicho esto, continúo. La crisis que vive el deporte mexicano no nació ni se irá con él. No sé si acabando Río entregará su renuncia al secretario Nuño o si éste se la pedirá por órdenes del Presidente. Lo que sí sé es que no podemos permitir que las ganas de encontrar culpables nublen nuestro juicio y simplifiquen falsamente un problema enorme. Un hecho que no puede omitirse es que Castillo lleva 16 meses dirigiendo la Conade. Un año y cuatro meses. Despedirlo por no habernos hecho una potencia olímpica en ese tiempo no es lógico ni funcional. Puede que haya otras razones –falta de apoyos, tráfico de influencias-, pero echarlo por la falta de medallas sería miope y engañoso.

 

Hacerlo sería una pequeña victoria, casi falsa, que sólo satisfaría nuestra cólera colectiva. El linchamiento irracional del ex procurador mexiquense tampoco abonaría a la profesionalización del servicio público en México, ya que dicho enfoque da más peso a la renuncia de un funcionario que a su capacidad propositiva y de rendición de cuentas. Fulminar a Castillo es ponérsela fácil, ya que se le daría la opción de irse sin dar explicaciones. Mejor, en vez de correrlo, primero que nos diga qué ha hecho y si tiene o no un plan de acción, y ya después vemos si conviene cesarlo. La gran victoria sería obtener orden de este desorden. Es decir, planeación rumbo a los Olímpicos de Tokio 2020.

 

El proceso de generar deportistas de clase mundial toma años. Castillo naturalmente tiene algo de culpa, pero tomando en cuenta lo anterior, ¿por qué nadie le está preguntando a Jesús Mena –antecesor de Castillo- qué hizo en sus dos años y medio en la Conade? ¿O por qué nadie le pregunta a Bernardo de la Garza –antecesor de Mena- qué plan formuló para Río 2016 después del relativo éxito en Londres 2012? Estos tres individuos están directamente ligados al actual medallero vacío. Al ser un proceso lento, que requiere firme planeación para detectar y formar deportistas competitivos, los molestos deberían también contactar a los ex directores. Si el problema no se ve como un todo –con la necesaria amplitud de responsables en el tiempo–, pedir la cabeza de Castillo es atacar un cáncer con pomada de la campana.

 

Estamos a cuatro años de Tokio 2020. Tiempo apretado, pero suficiente. Lo importante ahora es pedir a la Conade, con o sin Castillo, un plan detallado transexenal –con líneas de tiempo, deportes prioritarios, objetivos e inversiones a realizar- y que ésta lo haga público. Parte gigante del problema es que los entes públicos y privados que administran el deporte nacional actúan en la oscuridad. Si se supieran los pasos a seguir los próximos cuatro años, los medios tradicionales y los especializados en el deporte como Récord podrían darle puntual seguimiento a un hipotético plan hacia Japón, cumpliendo así parte del rol de los medios: ser auditores del poder.

 

Asimismo, como escribió Carlos Puig en Milenio, otro de los problemas es “la manera en que han transado con el dinero público las federaciones”, y propone que éstas “publiquen en qué se gastan el dinero que les da el gobierno”, para después medirlo contra sus resultados. De nuevo, la oscuridad fomentando errores, corrupción y negligencia. La planeación transparente puede ayudarnos a obtener mejores posiciones, ya que permite evaluar lo andado y señalar omisiones y responsables. Sin luz sobre los asuntos públicos no hay presión, y sin presión no hay cambios profundos.

 

Eventos como los Olímpicos sirven para mandar mensajes al mundo. Pero hoy, México transmite desorden, así como falta de planeación y evaluación. Sacar al deporte del oscurantismo, es decir, hacerlo asunto de todos, implica exigirle a la Conade, a las federaciones, al Comité Olímpico Mexicano, a la SEP y al presidente Peña, la transformación radical del deporte mediante la planeación transexenal transparente. Esto puede o no implicar el despido de personas, pero esta decisión siempre va después de la rendición de cuentas y el haber sopesado posibles líneas de acción. Por otro lado, espero que todos los que se quejan de la crisis del deporte nacional no la olviden acabando Río.