Cuando se detiene la política, se detiene el avance colectivo. Estos nudos, sin embargo, pueden parir grandeza política, esa que llega a los libros de historia y se gana la gratitud de la gente. En España, una oportunidad así podría desarrollarse justo frente a nuestros ojos. Como habrán escuchado, desde hace más de 300 días la nación ibérica se maneja con un gobierno en funciones. Éste, se supone, “facilitará el normal desarrollo del proceso de formación del nuevo gobierno (…) y limitará su gestión al despacho ordinario de los asuntos públicos, absteniéndose de adoptar, salvo casos de urgencia (…), cualesquiera otras medidas” (El País, 08/01/16). Dicho estatus tiene prohibidas acciones fundamentales como el envío de proyectos de ley o la aprobación del presupuesto. Una situación por demás grave e insostenible.
Los españoles ya han ido dos veces a las urnas para tener un gobierno: el 20 diciembre de 2015 y el 26 de junio del año en curso. Pero en ningún caso el ganador Partido Popular (PP) –centroderecha, derecha- logró la mayoría absoluta de 176 escaños, de 350. El enconado ambiente, causado en parte por la ineptitud del PP para atacar la corrupción, no ha permitido a éste sumar los votos suficientes para que Mariano Rajoy –su líder y presidente español en funciones- repita como titular del Ejecutivo. Mientras tanto, la desidia que impide un gobierno aviva el hartazgo.
Es aquí donde cobra relevancia la joven agrupación política llamada Ciudadanos (C’s) –centro- y su líder de 36 años, Albert Rivera. Después de diciembre, C’s buscó darle a España un gobierno lo antes posible, firmando un acuerdo con la segunda fuerza política, el Partido Socialista Obrero Español (PSOE) –centroizquierda-. Su apuesta era que éste y su líder Pedro Sánchez formaran gobierno y no Rajoy. Historia corta, el intento fracasó y se convocaron las elecciones de junio. Los resultados fueron similares a los de finales de 2015: PP ganó sin mayoría, PSOE fue segunda fuerza, Podemos y aliados –izquierda- fueron tercera, y la cuarta, C’s.
Pero ahora, C’s ha acordado darle sus 32 votos al PP para que Rajoy pueda ser presidente. Esto deja a los populares a solo 7 votos de la investidura y mete presión al PSOE para que apoye a Rajoy, o se abstenga y dé paso a un nuevo gobierno. Claro, el número de escaños de C’s no le da para más; tiene que sumarse a un plan ajeno. Pero ello no los detiene en su intento por reactivar al país, y de paso, negociar en pro de lo que creen –un pacto nacional por la educación, reducir el número de senadores, un ambicioso plan social y medidas contra el fraude y los paraísos fiscales-. “Llevamos casi un año de bloqueo institucional, sin leyes y sin reformas, y esto tiene que cambiar ya”, ha dicho Rivera en lo que parece sintetizar su motivación principal: desbloquear España.
Ayudar a la colectividad y lograr victorias políticas que pueda adjudicarse –en ese orden-, es el mejor trabajo que puede hacer un político. Con su esfuerzo pactista que mira por encima del anacrónico debate ideológico, Rivera y C’s buscan personificar la política del “sí” y del “a favor”, y no la de Marx o Smith. No sabemos en que acabará el melodrama –el acuerdo entre PP y C’s solo entraría en vigor si se logra una investidura de Rajoy-, pero la voluntad de construir respuestas y de poner el bien común antes que la política, siempre sumará. A México le vendría bien uno que otro Rivera: un político de centro que pueda tomar las mejores ideas de la izquierda y la derecha para maximizar el número de posibles soluciones. Muy pocos caminos son en línea recta.