El plazo se cumplió, y no fue ninguna sorpresa la destitución de Dilma Roussef al frente de la Presidencia de Brasil. Rousseff no gozaba de poder real, su imagen estaba destruida desde hace meses cuando inició el proceso para apartarla del poder, especialmente desde que fue suspendida el 12 de mayo pasado y obligada a habitar en el Palacio de la Alvorada, la residencia presidencial brasileña, como una mera figura decorativa.
 
Su destitución, votada este miércoles en el Senado brasileño con 61 votos a favor y 20 en contra, no fue sino la “crónica de una muerte política anunciada”.
 
Su odiado enemigo, Michel Temer, su ex vicepresidente, un hombre de colmillos muy afilados, fue el encargado de asestarle el golpe final.
 
Durante estos 180 días, Rousseff hizo hasta lo imposible por detener el hachazo político que intentaban propinarle pero al final no pudo evitar llegar al cadalso, a pesar de que los cargos en su contra eran “pecata minuta”, pues se vinculan a cuestiones técnicas como el “maquillaje de cifras”, mientras sus verdugos enfrentan verdaderas acusaciones de fraude de grandes proporciones.
 
En cuanto a Temer, que en teoría deberá permanecer en el cargo hasta 2018, no son pocos los que apuestan a que podría ser objeto también de un proceso de destitución por cuanto se ha visto también salpicado por sospechas de corrupción.
 
El nuevo mandatario, que también ha sido condenado por violar reglas de financiamiento electoral, se sacó “la rifa del tigre”, pues deberá lidiar con un país en plena recesión económica, con escándalos de corrupción que podrían involucrarlo a él mismo.
 
Además, le tocará afrontar graves dificultades sanitarias y pagar las pesadas deudas tras los Juegos Olímpicos de Río celebradas en agosto pasado. Temer, de 75 años, que es bastante impopular, con sólo 15% de opiniones positivas, enfrenta serios desafíos en los dos años que le restan para completar el segundo período de Rousseff.
 
El ahora Presidente de Brasil prepara maletas para debutar el próximo fin de semana en la arena internacional durante el encuentro del G20 en China, a la Asamblea General de la ONU, a la cumbre de los BRICS en Nueva Delhi y a la Cumbre Iberoamericana en Colombia.
 
Sin haber remontado en las encuestas desde que llegó al poder como interino, goza del beneficio de la duda, pero si la economía no repunta podría muy pronto enfrentar serias dificultades e inclusive el proceso judicial llamado Lava Jato podría reactivarse, después de un período de hibernación, e irse en su contra.
 
Los economistas prevén que este año finalice la recesión y el próximo se reanude el crecimiento, lo que podría beneficiarlo. Con un recorte en el déficit fiscal de dos dígitos, que golpeará a los brasileños más pobres, Temer tendrá que hacer “más con menos”, lo que equivale a repetir el milagro cristiano de la “multiplicación de los panes y los peces”.
 
Sin apoyo popular y sin consenso entre las élites, el nuevo Presidente está condenado al fracaso. Por eso, es muy importante que demuestre en los próximos meses que es un capitán suficientemente hábil para sortear los vientos huracanados que bambolean su barco.
 
Su principal labor será remar contra la corriente y enfrentar la ola de desconfianza que rodea al gobierno y el clima de sospecha, pues la mayoría de los congresistas y sus colaboradores enfrentan acusaciones de corrupción.