En un estudio reciente, la consultoría BGC fundamenta algo que todos intuíamos: “Hay un aumento (…) de 17 puntos en el porcentaje de personas que creen que el entorno político del país es algo o muy preocupante, que llega a 70 %. Éste es el nivel más alto (…) desde 2013 y (…) sólo 23 % percibe la situación algo o muy tranquila”. Marcando distancia, la nota se titula “La política, lo que más les inquieta”. Algo cambia cuando se le dan cifras a la verdad; se borra la ironía.

 

En nuestro país, la política siempre ha sido una caja de cohetones a lado de la estufa. Pero al ver estos datos, uno se pregunta: ¿cuánto de ese 70 % está ligado a la percepción popular para con el jefe del Estado? El estudio no lo cuantifica, pero intuyo –hasta que alguien lo fundamente- que debe ser una porción considerable. Si la situación política está en esos niveles hay, por lo menos en la percepción, una clara ausencia de liderazgo.

 

El presidente dice no trabajar por y para la popularidad –así lo reafirmó en su encuentro con jóvenes-, pero aventuras recientes ponen en duda esa línea bien memorizada. Lamentablemente, el presidente que se atrevió a tocar asuntos que otros no, ya no puede transmitir liderazgo porque, aunque salve al mundo de un holocausto nuclear, la mayoría ya no le cree ni la hora. ¿Cómo convencer a alguien que ya ni te voltea a ver? La credibilidad que transmite el castigo autoimpuesto puede ayudar.

 

Enrique Krauze detalla lo que, según él, debe representar el liderazgo nacional: “Una presidencia firme, inteligente y conciliadora; un liderazgo ético que afirme la fe en México sin caer en la xenofobia y el enclaustramiento; que busque la igualdad efectiva y no simbólica; que ejerza un plebiscito cotidiano a todo lo largo del país. Un presidente que, sobre todas las cosas, gobierne, en verdad, con el ejemplo. Tradicionalmente, en México, lo permisible para el presidente y su familia se vuelve permisible para la sociedad. El tono futuro debería ser de austeridad sin puritanismo”. Esto se escribió cuando López Portillo aún era presidente, pero bien pudo teclearse ayer.

 

Con tales negativos, ¿puede el presidente aspirar a ser un liderazgo ético? No. Entonces, ¿qué le queda? Austeridad sin puritanismo, la eterna rival de la visión patrimonialista –asumir lo público como privado- que aleja a la gente de la política y que ha lastimado a su gobierno: la hija del extitular de la PROFECO que ordenó cerrar un restaurante por no conseguir mesa, el helicóptero oficial que Korenfeld usaba para asuntos familiares, y Castillo llevando a su pareja a Río, son los ejemplos que conocemos. Austeridad, pues, en salarios y privilegios irracionales de funcionarios, en prerrogativas de los partidos, y en toda área en la que haya gastos opacos e insultantes.

 

La gente sabe que ni el gobierno ni el presidente practican la abstinencia. Si éste emprendiera –en el marco del debate nacional anticorrupción- un esfuerzo para forzar cierta austeridad práctica, ahorrativa y perceptible, empezando por él y la burocracia federal, la gente tampoco le creería. Pero al menos se establecería un precedente positivo para el país, frente a un tema muy sensible para los mexicanos. ¿Medida populista? Sí. ¿Realista? También, porque al mismo tiempo toca forma y fondo. López Obrador promueve la “austeridad republicana” porque sabe que atrae electores, pero también porque México la necesita.