Sábado en la mañana. Desayuno con parte de mi familia y con los dos periódicos que ofrece el restaurante. Uno de ellos, el Reforma, detalla en su segunda página: “Arma Alcalde gabinete en familia”. La nota habla del nuevo presidente municipal de Ixmiquilpan, Hidalgo, Pascual Charrez Pedraza. Éste individuo, según el papel en mis manos, encargó a su esposa la secretaría de Obras Públicas, y a sus dos hermanos, ni más ni menos que las carteras de Desarrollo Social y Gobierno. Al parecer, en este municipio de 93 mil habitantes (INEGI, 2015) las familias son muy unidas, tanto que hasta trabajan juntas. Sin embargo, este podrido ejemplo de cohesión familiar no es sorpresa. El alcalde anterior, un tal Cipriano que hoy tiene una charola de diputado local, conoce bien a Pascual: son hermanos. La noticia logró la difícil tarea de amargar mis generosas enchiladas.
El nepotismo es una práctica cotidiana que lastima al servicio público y a la sociedad. Si bien éste se sustenta por la falta de contrapesos en las instituciones del Estado mexicano –el costo del nepotismo aún no es lo suficientemente alto-, en nuestro imaginario colectivo, éste se sustenta en una premisa terrible pero arraigada: la función pública es para beneficiarse –y si sobra, para beneficiar a la familia-. Pero no solo es dinero lo que fomenta esta conducta, también el rango de acción. En un país sin certezas, el tener –o estar cerca del- poder público te da atajos ante diversas situaciones; atajos que, incluso, pueden significar menos cárcel o más vida.
La Ley Federal de Responsabilidades de los Servidores Públicos, en su artículo 47, prohíbe a los funcionarios “intervenir o participar indebidamente en la selección, nombramiento, designación, contratación, promoción, suspensión, remoción, cese o sanción de cualquier servidor público, cuando tenga interés personal, familiar o de negocios en el caso”. Con “interés familiar”, la Ley se refiere a “cónyuge o parientes consanguíneos hasta el cuarto grado, por afinidad o civiles”. La Real Academia Española define “nepotismo” como “desmedida preferencia que algunos dan a sus parientes para las concesiones o empleos públicos”. Sin embargo, la palabra “desmedida” me genera dudas; pareciera abrir la puerta al uso controlado y responsable del nepotismo.
Transparencia Internacional, en cambio, es más contundente: forma de favoritismo en la que alguien con un cargo oficial explota su poder o autoridad para proporcionar un empleo o favor a un familiar o amigo, tenga éste o no las cualidades necesarias para dicho puesto. Pero la palabra no deja de ser resbalosa. La línea entre las aspiraciones legítimas de un ciudadano y un cargo público facilitado necesita una repintada: es decir, debe ser estudiada con mayor profundidad. El surgimiento de otra posible vertiente, el de las parejas y el poder público, llama la atención.
Los Clinton en los Estados Unidos, los Ortega en Nicaragua, los Colom en Guatemala, los Fox y los Calderón en México, los Kirchner en Argentina. Todos ellos orbitan, con mayor o menor cercanía, esta vertiente. Aclaro: este no es un artículo que intente, en el subtexto, golpear –lo digo por la mención a los casos mexicanos-. Tampoco lo veo como un tema de género propiamente: estas mujeres tienen distintos grados de experiencia que obligan a ver cada caso de manera particular. Mujeres u hombres pueden beneficiarse con el esquema de parejas al poder; en estos ejemplos, sin embargo, ha sido el varón el que primero accedió a éste. Hablo, más bien, de la dinámica de una pareja –mujer-hombre, mujer-mujer, hombre-hombre- y su creciente facilidad para intentar retener el poder público.
El nepotismo suele entender el servicio público como botín. Esto no necesariamente aplica para las parejas que buscan el poder; sin embargo, no podemos ignorar el problema central: la concentración genera desequilibrios. En los últimos años, la creciente concentración de la riqueza llevó a la academia a profundizar en las causas y efectos de la desigualdad económica. Sabemos que la concentración del poder público también genera desequilibrios. Pero, a ciencia cierta, aún no sabemos todo lo que se puede llegar a trastocar –¿la democracia misma?- cuando ésta ocurre entre dos personas ligadas por matrimonio, intimidad y ambición. Esto merece mucha más tinta.
@AlonsoTamez