BRUSELAS. En la Europa de la década de 1950, que luchaba aún para recuperarse de la destrucción causada por dos sucesivas guerras, la unión económica de dos antiguos enemigos aparecería como un antídoto para prevenir nuevos conflictos y plantaría la semilla de lo que es hoy la Unión Europea (UE).

 

La idea ya había sido esbozada en el siglo 19 por el escritor francés Victor Hugo, quien proclamaba los beneficios de la creación de un “Estados Unidos de Europa”.

 

“Llegará un día en el que no habrá campos de batalla, sino mercados abriéndose al comercio y mentes abriéndose a ideas. Llegará un día en el que balas y bombas serán sustituidas por votos”, predijo el autor de “Los Miserables”.

 

Un siglo más tarde, lo que podría parecer una utopía constituiría la base del proyecto de Jean Monet, encargado del gobierno francés para relanzar la economía del país tras el fin de la Segunda Guerra Mundial.

 

Su propuesta era colocar en común y bajo el control de una entidad supranacional a dos sectores industriales esenciales para la producción de armamento -el carbón y el acero- en dos países que estuvieron en el centro de las principales disputas en el continente (Francia y Alemania).

 

La “Comunidad Europea del Carbón y del Acero” debería tornar la guerra entre Francia y Alemania “no solamente impensable, sino que materialmente imposible”, argumentó el ministro francés de Asuntos Exteriores de la época, Robert Schuman, al presentar el plan.

 

La llamada Declaración de Schuman de mayo de 1950 entraría para la historia como la piedra angular de la Unión Europea.

 

brexit

 

La alianza, de la que también participarían Bélgica, Italia, Luxemburgo y Holanda, se concretó un año más tarde con la firma del Tratado de París, sustituido en 1957 por el Tratado de Roma, que crearía la “Comunidad Económica Europea (CEE)”.

 

Se suprimieron los derechos de aduana por las transacciones comerciales entre los seis miembros del bloque y se armonizaron las reglas relacionadas con esos intercambios: agricultura, pesca, política monetaria.

 

Estados Unidos sería el primer país en reconocer la nueva comunidad y establecer con ella relaciones comerciales.

 

El proyecto europeo era visto también como una fortaleza ante el creciente poderío de la Unión Soviética en el este europeo, y el rápido progreso de sus seis miembros fundadores atraería el interés de otros países.

 

Reino Unido, Irlanda y Dinamarca protagonizarían la primera ampliación de la comunidad, en enero de 1973.

 

El fin de las dictaduras en Grecia, Portugal y España, entre 1974 y 1975, permitiría a los tres países adherir a la alianza (en 1981 el primero y en 1986 los otros dos) y beneficiarse de importantes transferencias de fondos de la política regional europea.

 

El plan consistía en promover la creación de empleos e infraestructuras en las regiones más pobres de la nueva comunidad, con el objetivo de que todos alcancen el mismo nivel de desarrollo, lo que potenciaría aún más el mercado común.

 

Ese principio fue el motor de las sucesivas ampliaciones de la alianza, que a seis décadas de su creación contaría 28 miembros, 500 millones de habitantes, y la mayor economía mundial, con un producto interno bruto per cápita estimado en 14.3 billones de euros.

 

La comunidad cambiaría de nombres y de tratados al largo de los años, reflejando la ampliación también de sus ambiciones.

 

La “Comunidad Económica Europea” de 1957, básicamente un bloque de libre comercio, daría lugar a una alianza política bajo el nombre de “Unión Europea”, en 1993, tras la firma del Tratado de Maastricht y el establecimiento del principio de libre circulación de personas, bienes, servicios y capitales.

 

El último de esos pactos, el Tratado de Lisboa, se firmó en 2007 para adaptar las reglas comunitarias tras la adhesión de Rumania y Bulgaria. Croacia fue el último país en unirse al bloque, el 1 de julio de 2013.

 

Por otra parte, los miembros de la mancomunidad deben compartir los valores de la democracia, tolerancia y respecto del estado de derecho, derechos humanos y libertades fundamentales.

 

Esa exigencia contribuyó para el avance de la democracia en países que salían de conflictos y dictaduras, como los exmiembros del bloque soviético, y es ahora instrumento de presión en los países balcánicos, candidatos a la adhesión.

 

En 2012 el comité internacional del Premio Nobel de la Paz concedió ese importante galardón a la UE, en reconocimiento a sus “más de 60 años de contribución para el avance de la paz y la reconciliación, la democracia y los derechos humanos en Europa”.

 

Sin embargo, los defensores del proyecto europeo se quejan de que, al día de hoy, ese aspecto está siendo dejado en segundo plano frente a las cuestiones económicas y políticas.

 

A la vez que la promesa de ayudas al desarrollo y libre acceso a un importante mercado consumidor y laboral sigue interesando a las menores economías, los socios más antiguos pasaron de beneficiarios a contribuyentes netos.

 

Eso, sumado a otros factores -como el aumento de la inmigración, la centralización de determinados poderes por parte de las instituciones comunitarias y los efectos de la crisis económica- ha dado origen a un sentimiento antieuropeo en muchos países.

 

En junio de 2016, Reino Unido decidió en referéndum ser el primer país a abandonar la UE, un procedimiento que aún debe ser negociado.
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