No podemos culpar a los baby boomers, que a través de la radio se escandalizan con la paridad del peso frente al dólar y la equiparan a un ataque nuclear (también de su generación).

 

Durante muchas décadas al peso mexicano se le ubicó en el centro del escudo nacional y se le defendía con todo: con tasas de interés, con deuda, con inflación, con lo que fuera para mantener las míticas paridades de: 12.50 y 24 viejos pesos por dólar. Si los que me leen no recuerdan esos tiempos, pídales a sus mayores que les platiquen esas historias del glorioso peso mexicano de los 60 y 70.

 

El funcionamiento de la moneda mexicana cambió por la vía más dolorosa desde mediados de la década de los años 90. Todavía el gobierno de Carlos Salinas se empecinó en mantener una paridad fija.

 

Desde las épocas de Ernesto Zedillo y hasta la fecha, la paridad es una válvula, un resorte que se comprime o se estira dependiendo la entrada o salida de dólares a la economía. A la par de la libre flotación se estableció una estricta disciplina fiscal y financiera que nos permitió, durante muchos años, tener un tipo de cambio sin grandes sobresaltos.

 

La devaluación que vemos hoy de la moneda mexicana, que es de hecho la depreciación más fuerte del mundo emergente, es producto de errores locales y de circunstancias externas.

 

Quitando a los más viejos que reaccionarán con pánico y anticiparán que después del 20 sigue el 21 y después el 22, lo cierto es que la válvula de escape del tipo de cambio está llegando a niveles de traspaso para la economía.

 

Hoy ya no es negocio comprar pesos para invertir en instrumentos de deuda mexicanos, por la simple razón de que la devaluación hace perder dinero a los que realizan esa operación. Lo rentable ha sido para muchos comprar dólares, presionar la moneda, colaborar a su depreciación y entonces vender esos dólares más caros.

 

Finalmente, el Gobierno mexicano salió de su negación de tener un problema financiero importante y empezará la corrección de su abultada deuda y sus déficits, pero eso lleva tiempo.

 

El petróleo no logra equilibrio y la economía no crece lo suficiente. Y, sobre todo, el gran factor que hoy amenaza a México, a su moneda, a su gente, a sus fronteras, a su comercio y a todos es el republicano Donald Trump.

 

El siguiente paso de esas fracturas en el muro de contención del tipo de cambio es la filtración a la inflación en un grado mayor al visto hasta ahora. La inflación al productor lleva varios meses por arriba de 5%, y ya no hay mucho que la pueda contener para llegar al consumidor, ni siquiera la baja confianza de los compradores al menudeo.

 

Ese día será de alerta, cuando la inflación al consumidor rompa con la estabilidad mantenida por tantos años y el Banco de México se vea forzado a subir las tasas de interés. Ese día sí habrá un contagio para todos los mexicanos.