Sigo intentando comprender a todos aquellos catalanes que buscan desesperadamente la independencia en esa comunidad autónoma respecto de España. Intento entenderlo pensando en las ventajas que podrían tener para ellos. Francamente no veo ninguna.

 

Cataluña vive fundamentalmente de sus exportaciones. El 90% de ellas las introducen en el resto del Estado español. Una separación de Cataluña respecto de España sólo conduciría a un sistema de aranceles muy elevados, tanto para vender en España como en el resto de los mercados en el exterior. Colocar sus butifarras o su cava les costaría mucho porque encarecería sus productos.

 

Pero hay más cosas, muchas más. La involución económica golpearía tanto que pasaría a tener un desempleo galopante. Además, tendrían que volver a pedir su inclusión en todos los organismos internacionales, en los selectos clubes como la Unión Europea, el Banco Mundial o el Fondo Monetario Internacional.

 

Vuelvo a la exportación de sus productos a España, porque no es un tema menor. Se produciría un efecto psicológico en los ciudadanos españoles que no quieren que Cataluña se separe. Sería el de un rechazo de todo lo que fuese catalán. Ya está ocurriendo. Muchas personas prefieren no consumir productos catalanes por ese “efecto psicológico”.

 

Y lo más importante. A pesar de que ya han creado su Constitución catalana –claro, que no está aprobada por el Parlamento Catalán, y el día que lo estuviere sería anticonstitucional como ya ha dicho tanto la Corte Suprema de Justicia, como el propio Tribunal Constitucional–, a pesar de que también busca una hacienda pública, a pesar de que intentan, una y otra vez, explicar a la ciudadanía catalana las ventajas de la separación, la mayoría no quiere separarse.

 

Recientemente entrevisté a Santiago Vidal, uno de los padres de la Constitución catalana. Él mismo me reconoció –en un gesto que le honra– que más de 50% de los catalanes no quieren la independencia. Me incidía este hombre enjuto y risueño en que hay que convencer, al menos, a 20% más de los catalanes con el fin de tener las armas suficientes como para exigir la independencia.

 

Hasta aquí es todo muy loable, pero ¿cómo van a convencer a millones de personas de que tienen que separarse de España? Vidal me argumentaba que a través del diálogo. Sin embargo, comenzaba a caer en ciertos tics dictatoriales. Si una persona no quiere separarse, no se le puede obligar.

 

Insisten en un referéndum. Muy bien, pues que lo hagan. Pero, tenemos que hacerlo todos. Debemos participar todos los ciudadanos del Estado español. Es algo que nos atañe a todos. No obstante, ellos aducen que es como si el futuro de Escocia tuvieran que decidirlo todos los ciudadanos británicos, cuando sólo les compete a los escoceses.

 

Yo no estoy de acuerdo. Esto es como un matrimonio en el que sólo uno quiere divorciarse. Pero, además de eso, resulta que el que quiere separarse no trabaja. Y el cónyuge que sí lo hace, tiene que mantener a su ex pareja y a los niños. Extrapolando los términos, es algo parecido.

 

Y algo más. Hace años que nació el aforismo del “España nos roba”. A lo que se refieren los catalanes que lo dicen es que los impuestos que Cataluña tiene que pagar a España son mayores que las prestaciones que recibe. Claro, lo que no dicen es que eso les pasa a muchas más comunidades autónomas que, como Cataluña, también son ricas. Se olvidan de la solidaridad.

 

Cataluña no es la única que da más de lo que recibe. También Madrid, el País Vasco, la Comunidad Valenciana, Navarra, Rioja o Aragón. Y todo ello para que comunidades como Extremadura, Canarias o Murcia no vivan tan mal. Claro que eso a los independentistas catalanes les da un poco o un mucho igual.

 

Es el egoísmo por el egoísmo. Bueno, pues nada, que se queden con su independencia. A ver cómo salen.