Cuando la semana pasada, la policía de Charlotte en Carolina del Norte abatió a tiros a Keith Lamont Scott, un pobre afroamericano, Donald Trump abría su caja registradora de votos para sumar más y más. Daba igual que la mujer del fallecido implorara piedad para que no le dispararan.
Los policías estadunidenses, a quienes todavía por sus venas recorre el ADN de los sheriffs del siglo XIX, le metieron cinco tiros y ya no se pudo hacer nada más que llorarle. Pero mientras sus seres queridos le lloraban, Donald Trump agradecía a sus sheriffs el acto de servicio para seguir llenando sus alforjas de votos.
La bomba que estalló hace pocos días en Nueva York y que hirió a cerca de 30 personas fue otro regalo de votos. Trump supo capitalizarlo aduciendo la falta de seguridad, la cercanía con el aniversario del 11 de septiembre y cómo todo esto se acabará el día que llegue a la Presidencia de Estados Unidos.
Claro que ahí no queda la cosa. Un día más tarde, la pericia policial hizo que localizaran una mochila sospechosa en la estación de trenes de Nueva Jersey. Dentro de dicha mochila, había cinco artefactos –aparentemente explosivos–. También eso fueron miles y miles de votos para Trump.
Los atentados del DAESH como en California o en Orlando, o los que se cometen en Europa –como en Niza o París–, son piñatas repletas de votos que se van llenando en cada atentado. En todo ese inmenso caudal de papeletas aparece el nombre del líder republicano.
La mala salud de hierro de la candidata demócrata Hillary Clinton también ha ayudado a Trump. Le faltó tiempo, desde que los ciudadanos del mundo vieron cómo Clinton se tambaleaba y se desvanecía al entrar en su vehículo, para que Donald Trump se desnudara y exhibiera sus analíticas y contraanalíticas, sus pruebas de esfuerzo y exámenes prostáticos. Todo, todo un chequeo desde el último pelo de la cabeza hasta la uña del dedo gordo del pie.
Trump se deja ver como un roble, un auténtico lobo de mar ante la aparente fragilidad de una Hillary que se va desinflando.
El torbellino Trump no descansa, y todo ello a pesar de que muchos de sus propios compañeros republicanos le han dado la espalda.
Hillary tiene toda una pléyade de artistas hispanos y estadunidenses. Se hacen selfies con ella, le componen canciones. Todos la arropan, hasta los antiguos Presidentes, empezando por su marido.
Donald Trump no tiene más que mucho dinero y una incontinencia verbal. Sin embargo, ésta es sumamente efectiva. Este tsunami se ha convertido en la tormenta perfecta y es muy preocupante, demasiado diría yo.
Imaginemos por un momento que este tipo venciera en las elecciones presidenciales. Cambiaría el orden mundial. Bush sería un místico, un San Juan de la Cruz si lo comparamos con este personaje en cuestión. Y no es que a México le iría mal. Nos iría mal a todos.
Por eso voy prendiendo veladoras. Y por eso cada vez creo que el presidente Peña no hizo tan mal al invitarle a México. Acuérdate del refrán, querido lector. “Si no puedes con el enemigo, únete a él”. Tal vez nos iría un poquito menos mal.