Al amanecer del viernes pasado –al ver revolotear peritos, policías y soldados ante la escena de guerra que dejó cinco soldados muertos, diez heridos; dos hummer incendiados, un paramédico lesionado y la ambulancia de la Cruza Roja robada con todo y el herido trasladado a bordo– un albañil se lamentó con crudeza:
“Ya para qué… Ahorita ve todo el desmadre de policías, patrullas y Ejército, pero en la noche ni un cabrón hubo para hacerles el paro a los vatos“.
No era el único en pensar así en aquella vecindad de la entrada norte de Culiacán donde fueron emboscados los militares a las 3:25 de la madrugada y la refriega duró alrededor de 40 minutos. El diario Noroeste recoge algunas de esas historias:
“Las sirenas tardaron mucho en llegar después de que se dejaron de escuchar los balazos, yo creo que llegaron como a las cinco, o a lo mejor menos, pero sí tardaron mucho.
“Se me hizo eterno, pensé que se calmaba, pero continuaba. A veces se calmaba, pero de nuevo tiraban balazos, gritaban y gritaban. Se burlaban (de los militares), todo el tiempo se burlaban…
“Leí en Internet que quedaron vivos algunos. De tanto balazo que escuché siento que Dios los protegió…, porque fue demasiado”.
Valgan estos apuntes para ilustrar algo que acontece con frecuencia: La parálisis de las fuerzas del orden –a todas las corporaciones les queda el saco– cuando hay una situación de peligro.
Por ejemplo, cuando secuestraron a los hijos de Joaquín El Chapo Guzmán, la noche del 15 de junio en el restorán La Leche de Puerto Vallarta, el fiscal de Jalisco, Eduardo Almaguer, se topó a su arribo al lugar de los hechos (más de cinco horas después del suceso) con que ninguna fuerza municipal o estatal había movido un dedo para investigar lo sucedido.
Nadie había solicitado al dueño o al encargado del lugar las cámaras de vigilancia, nadie había llamado a declarar a uno solo de lo de los meseros, nadie había revisado el espacio ni había solicitado se revisaran las cámaras dispuestas a lo largo de la avenida principal del puerto, donde se halla el restorán en cuestión.
En fin, nada de nada. Y no sólo eso. Aunque varios elementos de las corporaciones sabían bien lo que había ocurrido, ninguno ofrecía a las autoridades de la fiscalía dato alguno sobre lo ocurrido aquella noche. Solamente miraban y escuchaban a su vez lo que iban recogiendo los recién llegados.
Nadie se comprometía. No fuera a ser…
Bueno, si eso sucede cuando ya pasó, digamos, el peligro inminente; peor es cuando los enfrentamientos están en transcurso.
¿Algo de eso ocurrió con los militares emboscados en Culiacán?
Para el periodista de Río Doce, Andrés Villarreal, hay una guerra abierta en Badiraguato entre los grupos de Aureliano Guzmán (hermano del Chapo) y los Beltrán Leyva.
Y frente a este enfrentamiento criminal, apunta el articulista, los gobiernos federal y estatal son meros espectadores.
“Ocasionalmente, el Ejército y las policías incursionan en la sierra, recorren algunos caminos, sobrevuelan otras áreas, pero sin ninguna intención de intervenir. En este caso la política de seguridad oficial es no meterse, dejarlos que se maten, y el daño colateral de comunidades desplazadas, atribuirlo a la guerra de familias”.
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QUE LOS DEJEN HACER SU TRABAJO.- Llegó a tal punto su rabia y su impotencia, que voces de militares se levantan señalando que no quieren homenajes, ni que el secretario de la Defensa les coloque la bandera sobre su ataúd.
Lo importante, declaran, es que los dejen hacer su trabajo contra la delincuencia y dejen de estarlos limitando. Cuentan que en ocasiones tienen información de hechos delictivos que se están suscitando y sus mandos les piden que no intervengan.
Y, por supuesto, exigen que les otorguen el marco judicial que requieren y demandan a la Comisión Nacional de Derechos Humanos que dejen de limitarlos.
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GEMAS: Obsequio del general Salvador Cienfuegos: “De manera cobarde y ventajosa, nuestros soldados fueron emboscados por otro grupo no contabilizado de enfermos, insanos, bestias criminales con armas de alto calibre, incendiando dos vehículos militares.