Una metáfora tan redonda como el balón; consultado por la manera en que le gusta trabajar, el recién elegido Secretario General, Antonio Guterres, explicaba: “prefiero jugar futbol que ser árbitro”.
Es decir, lo suyo es más parecido a patear la pelota, crear con ella, elaborar con los pies bien metidos en el terreno de acción, que limitarse a juzgar o decidir desde cierta distancia.
La frase llegó apenas unos meses atrás, cuando Guterres rechazó la nominación a la presidencia de parte del Partido Socialista en Portugal bajo esa precisa razón: “los Jefes de Estado son como árbitros y yo prefiero jugar el balón. Me gusta estar adentro de la cancha, en plena acción y verme comprometido. Me gustan las circunstancias que me obligan a intervenir permanentemente”.
Toda una declaración de principios: la ejecución como prioridad. Máxime si entendemos la procedencia de Guterres, más allá de que se trata del primer personaje que llega a lo más alto de la ONU habiendo encabezado antes el gobierno de un país (fue Primer Ministro lusitano entre 1995 y 2002); este hombre presidió el Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) durante una década, con lo que su llegada en lo que constituye la peor crisis de refugiados de la historia, tiene todo el sentido.
Guterres ha sido muy crítico con la actitud de los países que prefirieron hacer como que no veían y los que, de plano, no tuvieron empacho en cerrarse ante esta emergencia. “Cuando las personas dicen que no pueden recibir refugiados sirios por ser musulmanes, entonces están apoyando a las organizaciones terroristas y dejándoles ser más eficaces en su recluta de gente”.
Su predecesor, Ban Ki-moon, ha sido señalado por tener muy buenas intenciones pero no siempre haber podido llevarlas a la realidad. Justo ahí es donde tiende a entrar el portugués y esa frase que le aleja de las soporíferas asambleas para acercarle al área de acción; que nadie tenga duda, Guterres estará en donde haya necesidad y no escatimará en embrollos a fin de llegar a donde desee.
Buen momento en la historia, justo cuando menor credibilidad hay en el sistema y en la verborrea política que difícilmente llega a algo, que quien ocupa ese puesto que es una especie de árbitro mundial, declare su predilección por jugar.
Esta partida de futbol será difícil: violaciones de derechos humanos, polarizaciones, tecnologías al servicio de fundamentalismos, extremismos, desmembraciones, populismos de derecha e izquierda, fragilidad económica, Europa paranoica, Rusia amenazante, Estados Unidos considerando el peor de los discursos y, sobre todo, lo que más ha movido a Antonio Guterres en los últimos tiempos: los refugiados y desplazados que, justo en este instante, superan los cincuenta millones.
El Olimpismo dio una lección al mundo al incluir en Río 2016 un equipo de refugiados; ahora, quien encabezó la defensa de los refugiados, tiene que dar una lección al mundo al clamar que no se limitará a votar, cual César en la comodidad de un palco especial, sino que se parará en plena área chica y, balón en pie, definirá.
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