No nos confundamos, porque este caso no se parece al de Lionel Messi, quien renunció a su Selección por el desgaste de tantas finales perdidas y el caos del futbol argentino; tampoco al de Zinedine Zidane en 2004, porque pensaba que era momento de ceder espacio a otra generación y dosificar esfuerzos; por ponerlo en términos mexicanos, ni siquiera al más sonado que hemos tenido, con Carlos Vela rodeado de una nube de indiferencia y enigmas; mucho menos a los numerosos futbolistas que dejaron de vestir su casaca nacional por enemistarse con su seleccionador, con una forma de trabajo, con las deudas de su federación, con algún patrocinador impuesto, incluso con sus líderes políticos (por ejemplo, George Weah cuando fue blanco de los peores ataques de la dictadura en Liberia, tuvo que hacerse a un lado).
Lo de Gerard Piqué, quien ha dicho que dejará de jugar para España tras el Mundial 2018 cuando apenas tenga 31 años, es por demás diferente. Ni siquiera diría yo que sea político, aunque en el fondo deslumbra su postura favorable al independentismo catalán; similar a lo expresado por Piqué, el tenista Andy Murray se manifestó públicamente porque Escocia se escindiera del Reino Unido y desde entonces no sólo ha dado a los británicos su primera Copa Davis en 79 años, otra corona en Wimbledon y otro oro olímpico, sino que, inclusive, fue quien portó la bandera en la inauguración de Río 2016 y ostenta un título nobiliario (Order of the British Empire).
Esta situación resume la polarización del futbol español, en la que Piqué es el más mediático, elocuente y disruptivo antimadridista. Antes que el defensor, muchos seleccionados españoles como Xavi han ido a la denominada Diada, desfile para colocar flores en el monumento de Rafael Casanova, quien en 1714 encabezara la defensa barcelonesa a manos de las tropas de la recién proclamada monarquía hispana de los Borbones (el verdadero trasfondo, más que la situación catalana, era la Guerra de Sucesión al haber muerto un rey sin herederos).
Sin embargo, con Piqué todo se hace tan diferente que el domingo, al notarse que se había cortado las mangas del uniforme español, unánime y precipitadamente se concluyó que lo hizo para retirarse las franjas de la bandera (cuando en esa versión de casaca para el frío, ni siquiera aparece bandera alguna en las muñecas). En esa cacería de brujas que es Twitter, meses antes la afición llegó a inventar que Piqué insultaba mientras escuchaba el himno nacional, cuando sólo se tronaba los dedos de una mano. Pero el problema no es la virulenta afición, sino el escaso rigor periodístico: todos los medios de comunicación, sentencia en modo coral, replicando la afrenta de Gerard sin siquiera detenerse a reparar en el original diseño del uniforme.
Aquí el problema es Madrid-Barça y la vinculación que se pretende efectuar de los merengues con el uniforme nacional. Vinculación que ni siquiera merma cuando un bicampeonato europeo y un título mundial tuvieron inobjetables bases blaugranas (nunca alguien se había coronado con siete titulares provenientes de un mismo club, como la Roja en Johannesburgo).
Piqué tiene razón para estar fastidiado. Si se le convoca, si acude al llamado, si se entrega como lo hace, lo demás es la más demagógica verborrea que poco ayuda a un país que por un lado batalla para ser en su diversidad y por otro tiene casi un año sin lograr formar un gobierno.
Twitter/albertolati