CIUDAD DEL VATICANO. El papa Francisco advirtió hoy que una actitud de cerrazón o el establecimiento de muros y barreras no solucionan el problema de los migrantes, más bien terminan por favorecer los tráficos criminales.
“El único camino de solución es la solidaridad, con el migrante y el forastero. El empeño de los cristianos en este campo es urgente tanto hoy como en el pasado”, aseguró ante miles de personas congregadas en la Plaza de San Pedro para su audiencia pública semanal.
Desde el atrio de la basílica vaticana reflexionó sobre el pasaje bíblico que llama a acudir al forastero y lamentó que las crisis económicas, los conflictos armados y los cambios climáticos empujen a tantas personas a emigrar.
Pero recordó que las olas migratorias no son un fenómeno nuevo, sino que pertenecen a la historia de la humanidad; por eso consideró una falta de memoria pensar que solo existan en los tiempos actuales.
“En algunas partes del mundo surgen muros y barreras. Parece, a veces, que la obra silenciosa de tantos hombres y mujeres que, en muchos modos, se prodigan por ayudar y asistir a los refugiados y migrantes sea oscurecida por el ruido de otros que dan voz a un instintivo egoísmo”, estableció.
El pontífice sostuvo que en el curso de los siglos se vieron grandes expresiones de solidaridad, sin olvidar las tensiones sociales, pero constató que la crisis económica favorece por desgracia el surgimiento de actitudes de cerrazón y de no acogida.
Instó entonces a todos a acoger a quienes huyen de la guerra, del hambre, de la violencia y de condiciones de vida deshumanas, especialmente diócesis, las parroquias, las asociaciones, los movimientos y los católicos en lo particular.
Entonces contó una anécdota, una “historia pequeña de ciudad” que tuvo lugar hace unos días cuando refugiado buscaba una calle en Roma y una señora se le acercó para preguntarle qué buscaba, él respondió que quería ir a San Pedro a pasar por la puerta santa pero no tenía zapatos.
La señora llamó un taxi pero el chofer no quería que subiera porque olía muy mal, finalmente lo dejó entrar con la señora quien pidió al migrante que le contara su historia, él relató una vida de dolor, guerra, hambre y por qué había huido de su patria.
Al llegar la señora quiso pagar al taxista pero este no lo permitió, le dijo que él debía pagarle por hacerle escuchar una historia que “le cambió el corazón”. “Esta señora sabía qué era el dolor de un migrante porque tenía sangre armenia y conocía el sufrimiento de su pueblo”, subrayó Jorge Mario Bergoglio.
“Cuando hacemos algo así, al inicio lo rechazamos porque nos da un poco de incomodidad, como el olor del extranjero, pero al final la historia nos perfuma el alma y nos hace cambiar. Piensen en esta historia y en qué podemos hacer por los refugiados”, ponderó. dmh